“Yo soy la voz del que clama en el desierto”
1 Jn 2 ,22-28; Sal 97; Jn 1, 19-28.
Esta es la síntesis de la misión que Dios le confío a Juan el bautista. Lo suyo era señalar un tiempo de conversión para hacer que los ojos pudieran ver al enviado de Dios. La conversión dota de una mirada penetrante al que se ha sumergido en sus aguas.
El baño en el Jordán es símbolo de renacer a un estilo de vida sobria, de confianza honda en la bondad de Dios, de asumir con radicalidad nuestro genuino deseo de cambiar y hacerlo madurar, para ponerlo en el cauce de la bondad de Dios. El desierto es imagen de soledad no para evocar la locura, el desánimo en el alma o la incapacidad de recurrir a los otros; es soledad y disponibilidad para hablar con Dios. De algún modo se calla todo ruido que ensordece e impide escuchar su voluntad en nuestra vida.
Juan ha caminado esas sendas, a menudo inhóspitas para el que se inicia, pero seguras para no extraviarse con imágenes erradas de Dios. Esas veredas de conversión y silencio van haciendo madurar las opciones de vida y dan claridad sobre la propia misión a la que hemos sido llamados.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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