Los pobres y las residencias en el siglo XVII francés (tercera y última parte)

por | Dic 28, 2022 | Benito Martínez, Formación | 0 Comentarios

Al examinar las causas del pauperismo ni los gobiernos ni los nobles ni los burgueses encontraban culpa en el sistema so­cial de los privilegios a la nobleza ni en la distribución injusta de los impuestos ni en las guerras que abarrotaban las ciudades de pobres huidos de los pueblos. Para ellos, los únicos causantes de su miseria eran los mis­mos pobres y había que encerrar­los. Para no presentar una mentalidad únicamente materialista, la revistieron con ideas cris­tianas: la inmensa mayoría vivía como paganos sin frecuentar los sacramentos e ignorando artículos de la religión necesarios para salvarse. Al encerrarlos, se podría evangelizarlos y enseñarles a trabajar.

El ingreso en teoría era voluntario. Pero a quien no ingresaba las instituciones les privaban de cualquier ayuda social. Al poco tiempo se encerraba a la fuerza. Pero los Hospitales Generales, mezcla de prisión, fábrica, reformatorio y convento no lograron sus objetivos, quedando reducidos a Asilos de ancianos. Primero, porque los mismos pobres lo rechazaban y muchos huían de la ciudad o se escondían hasta que pasara la euforia (SV. VI, 286). Segundo, porque, si caían en manos de los guardias, la gente humilde los liberaba, considerándolos de su mundo, y para los artesanos eran competidores desleales. Tercero, porque los acogidos resultaban gravosos. Y cuarto, porque “había quienes añoraban la idealización medieval de la pobreza franciscana de que el pobre es una bendición de Dios, el miembro doliente de Jesucristo”[1]. Pero sobre todo fracasó porque la mendicidad no era cuestión de policías ni de encerrar a los pobres, sino consecuencia del sistema social de los impuestos a los órdenes fijos: clero, nobleza, burguesía y pueblo llano, y  nadie estaba dispuesto a modificarlo.

En el siglo XVII las ciudades eran el colector final de los pobres porque la ciudad tiene más recursos públicos y privados para solucionar sus necesidades. En los núcleos urbanos siempre se puede mendigar. El hospital de los Recluidos, más conocido por Hospital General, era una especie de cárcel, reformatorio, taller y convento. Se encerraba a toda clase de maleantes, vagabundos, mujeres de mala vida, ni­ños callejeros y a los mendigos. Cada ciudad intentaba crear un Hospital General. Se ocultaba la basura pa­ra que no estuviera a la vista, pero no se atajaban las causas que la producían.

La idea de encerrar a los mendigos, por insociables, junto con prostitutas, locos, niños callejeros, ya había aparecido en el siglo XVI en casi todas las naciones europeas, y ante el aumento de la mendicidad hacia la mitad del siglo XVII se pensó imponerla en Paris. La primera ciudad fran­cesa que encerró a estos pobres fue Lyon en 1614. Fracasó. También lo in­tentó el tío de Luisa, Miguel de Marillac. Siendo Guardasellos [Ministro de Justicia] pu­blicó en 1629 el famoso Código Civil de Francia, llamado código Michaud, y algunos artículos dictaban encerrar a los mendigos. Nadie le hizo caso.

San Vicente de Paúl y el Parlamento reacios

Entre los funcionarios, los miembros del Parlamento y la Compañía del Santísimo Sacramento levantó desconfianza que un complejo tan amplio fuera realizado por mujeres. Pensaban que una obra de tal envergadura sólo podía ser ejecu­tada por hombres y hombres revestidos de misión oficial e in­tentaron parar las obras. No lo lograron porque Vicente de Paúl consiguió que interviniera la duquesa de Aiguillon, presidenta de las Damas (V, 47) Sin embargo, lograron que la obra quedara bajo la autoridad del gobierno. San Vicente decidió desentenderse de una obra que solo podría desarrollar el Estado y se lo propuso a las Damas (AIC). Bastantes se opusieron, entre ellas, la presidenta duquesa de Aiguillon[ii]. Si cedieron, a pesar de las grandes sumas de dinero que habían invertido, se debió al prestigio de san Vicente. Y se ofrecieron a los nuevos adminis­tradores en lo que pudieran ayudar.

San Vicente y santa Luisa estaban de acuerdo en crear un Hospital Gene­ral, pero dirigido por el Santo en unión de las Damas de la Caridad. También, parece que lo aprobó cuando el rey asumió la obra[iii]. Sin embargo, poco a poco, Vicente de Paúl se fue oponiendo. No aparecen claros los motivos de este rechazo. ¿A que todo se reducía a oficinas donde se primaba la organización eficiente un tanto deshumanizada? ¿O a que veía el rumbo que tomaba el desarrollo del hospi­tal sin tener en cuenta su pensamiento caritativo sobre el servicio a los pobres, y a él le repugnaba aceptar obras en las que no pudiera desarrollar sus métodos? Veía que al gobierno solo le interesaba erra­dicar la mendicidad, que era molesta, y encerrar a la fuerza a los pobres que rehusaran trabajar o sólo podían mendigar. El número de pobres encerrados sobrepasaba las posibilidades económicas de las Damas y el número posible de misioneros en el servicio religioso. Se añadía que solo se admitía a los pobres que eran de Paris, rechazando a todos los refugiados, que, huyendo de la guerra, habían llegado a la capital[iv].

[1] Vida de santa Luisa de Marillac en Benito MARTÍNEZ, C. M., Empeñada en un paraíso para los pobres, CEME Salamanca, 1995, p. 250ss.

[ii] SV. VI, 107; Abelly, o. c. p. 215-217; Coste, El señor Vicente, II, p. 293-303.

[iii] SV. VI, 235, 240, 244, 249, 250, 286, 356,

[iv]ABELLY, o. c. p. 215-217; COSTE, El señor Vicente, II, p.293-303; SV VI, c.2317, 2324, 2325; André DODIN, C. M., Monsieur Vincent raconté par son secrétaire [Robineau], O.E.I.L. Paris 1991, nº 278-280 : ANNALES, 114-115 (1949-1950) 238s.

P. Benito Martínez, CM

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