Después de reflexionar sobre la mirada y las manos de la Virgen Milagrosa, queda meditar sobre sus pies. La Virgen pidió a la Hija de la Caridad, santa Catalina Labouré, que propagara una Medalla acuñada según el modelo que ella le indicó. La santa obedeció y acudió a muchas instancias hasta lograr que se acuñara. De ella se han repartido miles de millones, siendo la Medalla más extendidas de todas las que existen. Santa Catalina nos cuenta que “el 27 de noviembre de 1830 a las cinco y media de la tarde, después del punto de meditación, le pareció oír un sonido al lado de la tribuna. Miró hacia ese lado y vio a la Santísima Virgen María. La Virgen estaba de pie, vestida de blanco…Tenía los pies sobre la esfera del mundo». Eran aquellos pies que la llevaron a visitar a su pariente Isabel y a Belén donde nació su Hijo Dios y que años más tarde se cansaron durante tres días buscándole por las calles de Jerusalén. Eran los pies que, al final, la llevaron hasta la cruz en la que moría su Hijo y hoy con esos pies camina por el adviento hasta la Natividad.
A María Milagrosa se la representa con un pie doblado, como caminando. Sus pies hoy son los pies de los que llevamos la Medalla. Pues María en este mundo solo tiene los pies de quienes propagan la Medalla sin miedo a contagiarse, trabajando con la esperanza de encontrar una vacuna eficaz y con la ilusión de superar la pandemia del coronavirus.
La fiesta de la Milagrosa siempre se celebra en los comienzos del adviento, del advenimiento, como si quisiera indicarnos que sus pies la llevarán a nuestro lado durante las cuatro semanas que faltan hasta el Nacimiento de su Hijo. El evangelio de san Lucas cuenta que esos pies anduvieron el camino desde Nazaret en Galilea hasta Belén en Judea donde nació Jesús. Fue el primer adviento. Hoy la Milagrosa lo anda con los pies de los que llevan su Medalla, aunque estén cansados. Y lograremos con la ayuda de la Virgen Milagrosa que los ancianos, lisiados y demás imposibilitados de salir a la calle, y siguiendo las indicaciones civiles, puedan caminar por la calle. La última palabra no la tendrán el virus ni la edad ni el paro, sino la solidaridad y el sacrificio, porque La Virgen no puede abandonar al mundo que creó y en el que vivió su Hijo Dios.
Sin embargo, la división de los gobiernos, la corrupción y usar al Estado para bien del partido y no los partidos en bien de la nación, debilitan la esperanza y dan miedo al paro, al fracaso, a la soledad, al contagio. A estos miedos se añaden temores personales que cada uno lleva a cuestas, como puede ser un matrimonio que se tambalea, miedo a que los hijos caigan en la droga, en el alcohol, en abusos sexuales o víctimas de la trata de personas. Valores humanos destruidos por intereses particulares. Y lo peor es que, abatidos y sin ilusión ni ánimo para afrontarlos, nos sentemos al borde del camino, pidiendo la ayuda de otros como limosna.
Hoy los pies de María la traen a la tierra y nos entrega la Medalla Milagrosa para tener esperanza y animarnos a caminar este adviento hasta Belén y encontrar a Jesús nacido como los pastores y los Reyes Magos. Es la confianza de saber que las heridas curarán, porque la Medalla es una vacuna milagrosa contra el virus del desencanto, si acudimos al altar y la llevamos con fe. Al besarla, sabemos que podemos confiar en nuestra Madre porque ha hecho tantos favores que la llamamos Milagrosa. Por eso la Virgen aparece en la Medalla, pisando la serpiente del sufrimiento y esparciendo gracias para que caminemos con su ayuda.
La Milagrosa con los pies sobre el globo de esta tierra que ahora está enferma nos da la confianza y la esperanza de que en todos los que llevamos la Medalla Milagrosa haga el milagro de sentirnos hermanos solidarios unos con otros, y miembros de la misma Familia Vicenciana, cada uno de nosotros seamos esperanza para los demás, pues a todos nos acoge la misma Madre, a quien imploramos: “Oh María sin pecado concebida ruega por nosotros que acudimos a ti”.
P. Benito Martínez, CM
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