“Mi casa es casa de oración”
Apoc 10, 8-11; Sal 146; Lc 19, 45-48.
El templo fue construido para ser el centro de la vida religiosa de Israel, pero no solamente para ser el lugar donde todos deberían asistir para alabar a Dios e implorar el perdón de sus faltas, sino también para ser el lugar a donde se iba para conocer la voluntad de Señor, tanto para cada uno personalmente, como para todo el pueblo, en general. El problema que encuentra Jesús, es que, en vez de ser este lugar de encuentro con Dios, lo habían convertido en un lugar donde todo era apariencia, donde se predicaba el amor y la justicia, pero no se practicaban.
Nosotros los católicos hemos sido transformados en templos del Espíritu Santo por medio del bautismo, pero, ¿tenemos una fe viva?, ¿vivimos la vida del Espíritu o somos apariencia?, ¿hacemos vida los valores del Reino de Dios?, ¿nos respetamos?, ¿nos ayudamos unos a otros? Y nuestra familia, la iglesia doméstica, ¿cómo anda?
Lo que hace Jesús es, primero, sacar lo malo del templo para después ponerse a enseñar y hacerlo casa de oración. Pidámosle que nos purifique, que nos limpie de nuestros egoísmos para que nuestra vida sea un lugar de encuentro con los otros, especialmente los más necesitados.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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