“Jesús subió al monte y comenzó a enseñarles”
Apoc 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12.
Cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, le imprimió su santidad, pero con el pecado de Adán y Eva esta santidad se perdió. Sin embargo, Dios no quiso dejar las cosas así, envió a su Hijo para enseñarnos cómo poder recobrarla; Él es el modelo a seguir, fue ante todo humilde, dejó su condición divina para vivir como nosotros, pero no como cualquiera, sino que vivió como los pobres, lloró por Jerusalén cuando vio el triste destino que le esperaba al negarse a recibir la gracia de Dios, lloró por la muerte de su amigo Lázaro, sufrió con la multitud que tenía hambre y también lo hizo con aquella madre que llevaba a enterrar a su hijo, tuvo hambre y sed de justicia cuando nos enseñó que en el juicio final seremos juzgado por el amor que hayamos mostrado a los hermanos, fue misericordioso con todos los enfermos a los que devolvió la salud, y cuando sus apóstoles estaban desconsolados por su muerte, lo primero que les ofreció fue la paz al otorgarles su perdón.
Lo que Jesús nos enseñó es a hacer vida las Bienaventuranzas que proclamó en el monte.
Señor danos la gracia necesaria para que podamos vivir las bienaventuranzas como Jesús, para que algún día podamos estar con Él en el cielo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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