Renovarte es entregar corazón, ojos, manos, pies

por | Oct 31, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

El cuadro de la anunciación no puede ser más sencillo: una joven judía en una oración contemplativa siente que el Espíritu Santo le comunica que en aquel mismo momento la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, se va a hacer hombre en su seno. El espanto de María fue tremendo, pero acogió al Hijo de Dios y lo guardó en sus entrañas. En ellas le fue dando corazón, ojos, manos, pies, es decir, un cuerpo para que pudiera vivir en esta tierra. Y el Espíritu Santo realiza la obra cumbre de la creación en el seno de María, dando un cuerpo humano a la Segunda Persona de la Trinidad.

El P. Alméras, en 1669, determinó el 25 de marzo para la renovación de los votos de todas las Hijas de la Caridad, porque era el día en que, por primera vez en la Compañía, Luisa de Marillac, Bárbara Angiboust, Isabel Turgis, Enriqueta Gessaume y otra Hermana hicieron los votos en 1642. ¿Por qué eligieron ese día? Nunca lo sabremos; acaso por el cariño que Luisa de Marillac tenía a la encarnación del Hijo de Dios.

San Vicente añade otro sentido a la palabra renovación, la de hacerse nuevo, la de vaciarse del espíritu humano y llenarse del Espíritu Santo para acoger a Jesús. Quien acoge a Jesús y se llena de su Espíritu, se hace un hombre nuevo, renovado y se transforma en él. Le presta los ojos para que vea a los pobres. Aquellos ojos con los que miraba a los leprosos, pecadores, a su Madre son ahora los ojos de quienes le acogen y con ellos ve la dignidad de los necesitados y con el corazón los eleva a la categoría de grandes señores, y la Hija de la Caridad se convierte en su sirvienta o mejor, en una amiga.

La compasión es el amor del corazón hacia los que sufren, y la Hija de la Caridad entrega su corazón a Jesús. Podríamos definir el “talante” de las Hijas de la Caridad como el de unas mujeres que, guiadas por el Espíritu de Jesús, siempre se muestran cordiales y compasivas entre ellas y con los pobres, siempre dispuestas a perdonar. Tener corazón significa manifestar afecto y ternura para aliviar el dolor de quien sufre con disponibilidad, paciencia, acogida y escucha. Y las Hermanas dan el corazón a Jesús para que acoja a los necesitados de amor y de amigos.

Como María, vas a hacer actuales aquellas palabras hágase en mí tu voluntad. La indiferencia ante la miseria de muchos, no cabía en el corazón de María, ni cabe en el tuyo. Muchos están abandonados por la indiferencia de quienes los rodean. Tú no, pues tu vocación es la compasión que el Hijo de Dios te pide para salvarlos por tu medio. Dichosa tú y dichosos los pobres, porque te comprometes ase su amiga con los sentimientos de una sirvienta. Y, ojalá, sepáis, como María Santísima, transformar este mundo en el Reino de Dios, en la civilización del amor, aunque para ello, Dios tenga que revestirse de vuestro pobre cuerpo humano.

El pobre al coger tu mano siente en su calor el afecto de amiga, mientras tú en su temblor sientes que te súplica pidiéndote ayuda, como se la pides tú a Dios en la oración. Si todas las Hermanas se cogieran de las manos junto con las manos de los pobres, ¡qué expresión más hermosa de un compromiso de fraternidad y solidaridad entre vosotras y los pobres! Los pobres, como los niños en las manos de sus padres, buscan seguridad en vuestras manos; y los ancianos se apoyarán en tus manos para dar seguridad a sus pies cansados. Pero de un modo muy especial la mano puede ser el transbordador del corazón para hacer una caricia y para expresar el amor que poseemos.

Al renovar, entregas tus manos a Jesús que, aquí en la tierra, ya solo tiene tus manos para bendecir, sanar y multiplicar los panes. Tus manos ahora son aquellas manos que curaban y resucitaban. Podían expresar enojo con los mercaderes en el templo y ternura con los enfermos que se le acercaban. Renovarte, hacerte nueva es dar tus manos a Jesús y Jesús las acepta como suyas para transformar el mundo.

Pero, al renovarte, al hacerte nueva, no olvides que aquellas manos que tenía en Palestina fueron también heridas, perforadas, clavadas en una cruz, y, cuando lo bajaron de la cruz, también fueron bañadas con los besos y lágrimas de la Madre que había dicho sí para llevarlo en su seno.

Benito Martínez., C.M.

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