El encuentro que tuvo María con el Espíritu Santo el día de la Encarnación la convirtió en Madre de Dios y en modelo de cómo renovarnos continuamente. Estremece pensar que el único Dios, cuando decide unir la humanidad creada con la divinidad increada para dar la felicidad definitiva a los hombres, le pide ayuda a una mujer judía en una aldea insignificante de Palestina, Nazaret, en tiempo de Augusto, emperador del imperio romano. Una judía del común del pueblo, que hoy conocemos por el nombre de María. Una muchacha que fregaba, lavaba, cocinaba, iba por agua a la única fuente del pueblo y que sospechamos que podría no saber leer ni escribir. A esta mujer la hizo Dios expresamente para ser la Madre del Hombre que salvaría a la humanidad, pero quiso que ella lo aceptara libremente y le pidió su consentimiento.
Asimismo estremece pensar que los vicentinos han sido elegidos para cuidar a los pobres considerados como una prolongación de Dios en la tierra. Elegido encierra una preferencia sobre los no elegidos. Es cierto que todos tenemos una vocación y, por ello, todos hemos sido elegidos por Dios a una misión determinada. Pero sabemos que la elección es más sublime cuanto más elevada es la misión para la que ha sido elegida la persona, y mayor es el sacrificio que se le exige. Y la Familia Vicenciana ha sido elegida para salvar a unas personas que, por ser pobres, ocupan un lugar privilegiado en el corazón de Jesucristo, y los salvan con un espíritu de humildad, sencillez y caridad.
El hombre siempre ha tenido la pretensión de ser Dios. Esta aspiración a ser Dios, que aparece ya en Adán y Eva, se hace realidad en María dando a luz a un hombre que es verdadero Dios. Y si no es una locura que Dios se haga hombre, tampoco lo es, aunque suene a disparate, que unos hombres y unas mujeres voluntariamente ayuden a los pobres, haciéndose uno de ellos. Esos hombres y esas mujeres tienen clavado en el corazón que los pobres son miembros dolientes de Cristo.
Dios pide permiso a María para hacerse hombre en su seno y María se lo da. Dios no impone. Podría haber hecho la encarnación sin contar con el parecer de María. Podría haberla fecundado y después habérselo comunicado. Pero ni fue así ni es así el modo de actuar de Dios. Él respeta la libertad humana. Y todo lo que sucede en la sociedad queda sometido a la libertad humana.
La Anunciación podemos reducirla sencillamente a eso, a una escena en la que el Padre pide permiso a la hija para que la Segunda Persona de la Trinidad se haga hombre en su seno y esta se lo permite generosamente. María asume su responsabilidad personal ante Dios independientemente de lo que piense su esposo José, al que ya le pertenece, porque es a ella a quien se lo pide Dios. Es la responsabilidad que asume cada hombre o mujer de renovarse continuamente por el mero hecho de ser persona libre, capaz de anteponer la voluntad de Dios a tantas preocupaciones como pueden alborotar el corazón humano. Solo vamos haciéndonos nuevos, si estamos dispuestos a entregar a Dios de una manera responsable la libertad.
Como modelo, María es inagotable. El pueblo judío vivía de una alianza y de una esperanza. Una alianza: el Pueblo hebreo es el pueblo escogido por Dios y este pueblo no tendrá más Dios que a Yahvé. Y una esperanza: Dios enviaría un Mesías para salvar al pueblo judío. El orgullo más esperado por las mujeres judías era que Yahvé escogiera a uno de sus hijos para ser el Mesías. Hemos de suponer que, a no ser que hubiera una intervención divina, los planes de María serían los planes de una joven judía de su tiempo. María ya había firmado el contrato matrimonial. Ya era una desposada. Sólo faltaba celebrar el banquete nupcial y pasar a casa de José [nisuín]. Y un día en la oración viene Dios y le cambia sus planes. Le ofrece ser la madre del Mesías, de otra forma y de un Mesías distinto a como se lo imaginaba el pueblo judío. Ella era virgen, sería una concepción virginal y permanecería virgen toda la vida. Ella cree, se fía de Dios, confía en José y acepta. Así de sencillo. Ahí está el fondo de toda espiritualidad: subordinar el proyecto personal al de Dios. Nadie puede oponerse, ni su esposo José.
Benito Martínez., C.M.
Gracias, Padre Benito, por su reflexión sobre la elección que mucho contribuye a nuestra formación. Sus pensamientos nos animan y nos desafían.
Y de verdad, la elección, como todo lo divino, es a la vez tremenda y fascinante. Fascinante en parte, pues «Elegido encierra una preferencia sobre los no elegidos», como lo dice usted mismo. Tremenda porque la elección conlleva responsabilidad, o en palabras de Amós 3, 2: «Solamente a vosotros elegí entre todas las familias de la tierra; por eso os pediré cuentas de todas vuestras iniquidades».