Ser elegidas y tener humildad

por | Oct 8, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Imagen: Página web de la Provincia de las Hijas de la Caridad de Santa Luisa (Estados Unidos).

La escena de la Encarnación nos invita a renovarnos constantemente. El encuentro que ese día tuvo María con el Espíritu Santo la convirtió en Madre de Dios y en modelo de cómo renovar la vida, actualizando los tres valores humanos más incisivos en la vida: la experiencia de ser libre, el ansia de perdurar en la vida y el deseo de encontrar la felicidad en esta vida.

Estremece pensar que nada menos que el único Dios, cuando decide unir la humanidad creada con la divinidad increada para dar la felicidad definitiva a los hombres, le pide ayuda a una mujer judía en un pueblo de Palestina en tiempo de Augusto, emperador del imperio romano. Una judía del común del pueblo, que hoy conocemos por el nombre de María. Una muchacha que fregaba, lavaba, cocinaba, iba por agua a la única fuente del pueblo y que sospechamos que podría no saber leer ni escribir. A esta mujer la hizo Dios expresamente para ser la Madre del Hombre que salvaría a la humanidad, pero quiere que ella lo acepte libremente y le pide su consentimiento.

Así mismo estremece pensar que vosotras habéis sido elegidas para cuidar a los pobres considerados como una prolongación de Dios en la tierra. Elegir encierra una preferencia sobre las no elegidas. Es cierto que todos tenemos una vocación y, por ello, todos hemos sido elegidos por Dios a una misión determinada. Pero sabemos que la elección es más sublime cuanto más elevada es la misión para la que ha sido elegida la persona, y mayor es el sacrificio que se le exige cumplir en esa misión. Y las Hijas de la Caridad han sido elegidas por Dios para salvar a unas personas que, por ser pobres, ocupan un lugar privilegiado en el corazón de Jesucristo, y los salvan abrazando la pobreza, renunciando al matrimonio y sacrificando la voluntad con un espíritu de humildad, sencillez y caridad.

La elección le pide a la Hija de la Caridad que controle la ambición de ser más. El hombre siempre ha tenido la pretensión de ser Dios. Esta aspiración a ser Dios, que aparece ya en Adán y Eva, se hace realidad en María dando a luz a un hombre que es Dios verdadero. Y si no es una locura que Dios quiera hacerse hombre, tampoco lo es que los pobres anhelen salir de la pobreza, pero suena a disparate que unas mujeres voluntariamente renueven cada año la petición de ir a salvar a los pobres y desciendan hasta su pobreza, haciéndose uno de ellos. Esas mujeres tienen clavado en el corazón que los pobres son los miembros dolientes de Cristo.

Para hacernos nuevos continuamente tenemos que saber entregar responsablemente la libertad. Dios pide permiso a María para hacerse hombre en su seno y María se lo dio. Dios no impone. Podría haber hecho la encarnación sin contar con el parecer de María. Podría haberla fecundado y después habérselo comunicado. Pero ni fue así ni es así el modo de actuar de Dios. Él respeta la libertad humana. Y todo lo que sucede en la sociedad queda sometido a la libertad humana.

La Anunciación podemos reducirla sencillamente a eso, a una escena en la que el Padre pide permiso a la hija para que la Segunda Persona de la Trinidad se haga hombre en su seno y esta se lo permite generosamente. María asume su responsabilidad personal ante Dios independientemente de lo que piense su esposo José, al que ya le pertenece, porque es a ella a quien se lo pide Dios. Es la responsabilidad que asume cada hombre o mujer de renovarse continuamente por el mero hecho de ser persona libre, capaz de anteponer la voluntad de Dios a tantas preocupaciones como pueden alborotar el corazón humano. Solo nos renovamos si estamos dispuestos a entregar a Dios  de una manera responsable la libertad.

Como modelo, María es inagotable. El pueblo judío vivía de una alianza y de una esperanza. Una alianza: el Pueblo hebreo es el pueblo escogido por Dios y este pueblo no tendrá más Dios que a Yahvé. Y una esperanza: Dios enviaría un Mesías para salvar al pueblo judío. El orgullo más esperado por todas las mujeres judías era que Yahvé escogiera a uno de sus hijos para ser el Mesías. Hemos de suponer que, a no ser que hubiera una intervención divina, los planes de María serían los planes de una joven judía de su tiempo. María ya había firmado el contrato matrimonial. Ya era una desposada. Sólo faltaba celebrar el banquete nupcial y pasar a casa de José [nisuín]. Y un día en la oración viene Dios y le cambia sus planes. Le ofrece ser la madre del Mesías, de otra forma y de un Mesías distinto a como se lo imaginaba el pueblo judío. Ella era virgen, sería una concepción virginal y permanecería virgen toda la vida. Ella cree, se fía de Dios, confía en José y acepta. Así de sencillo. Ahí está el fondo de toda espiritualidad: subordinar el proyecto personal al de Dios. Nadie puede oponerse, ni su esposo José.

Benito Martínez., C.M.

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