«Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven…«
Job 42, 1-6. 12-16; Sal 118; Lc 10, 17-24.
¿Somos conscientes de lo que vemos?, ¿en verdad lo vemos? ¿Qué es aquello que podríamos ver?
En el último capítulo del libro de Job, después de un largo recorrido de contemplación de la fragilidad humana y de profundos cuestionamientos por el sentido del dolor, Job se retracta y se arrepiente porque, afirma, “te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos”.
Ver a Dios no consiste en una relación a distancia en donde vagamente se haya escuchado hablar de él. Ver a Dios se fundamenta en un encuentro íntimo, cercano, profundo y constante con Él.
Quien se permite ver de cerca a Dios puede distinguir sus maravillas y sus grandes obras, aún en medio de los problemas, de las desilusiones, de las tristezas, de las enfermedades…
Job vio a Dios y cayó en cuenta de que Yahvé puede dar un sentido insospechado a realidades tan difíciles como el sufrimiento y la muerte. Jesús, al ver a Dios en la alegría de sus apóstoles, se llenó de gozo en el Espíritu Santo, bendijo a su Padre y dio gracias.
Hoy y cada día… seamos pequeños. Sólo a ellos, Dios les revela sus obras.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Pedro Alejandro Salazar Aranda
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