Cuando el arcángel Gabriel saludó a María, le profetizó la primera Bienaventuranza del Evangelio: “Alégrate María, porque has encontrado gracia delante de Dios y Él está contigo, está en ti”. Y es lo que os anuncio yo a vosotras en el momento de renovar vuestros votos: Alegraos, Hermanas, porque habéis encontrado gracia delante de Dios. Y él está con vosotras, siempre estará en vosotras, porque os habéis entregado a él para servirle en los pobres, sus miembros dolientes, con humildad y tolerancia, con sencillez y sin engaño, con caridad y dulzura. Y si te has entregado a Dios, para ser solo de Dios, has quedado consagrada, eres una mujer sagrada; consagrada no por los votos ni por los consejos evangélicos, sino por la entrega que hiciste el día que entraste en el Seminario. Este sentimiento de estar consagrada es la clave de tu Renovación.
Vosotras sabéis que la renovación es de los votos y no de permanecer en la Compañía, pues la vocación a Hija de la Caridad lo es para toda la vida. Esto lo tenéis muy claro. Pero también tenéis claro que, si no renuevas los votos, no ratificas tu compromiso de permanecer en la Compañía; más, sin la renovación de los votos que ratifica la entrega a Dios que hiciste al entrar en Seminario para servirle en los pobres, tienes que abandonar la Compañía al cabo de un año lo más tardar (C. 5a, 40c, 44c). Según las Constituciones, el carisma de tu vocación de consagrada está unido a la Renovación. La Renovación de los votos confirma, pues, tres dimensiones de tu consagración:
Primera, que al entregarte a Dios ya solo le perteneces a él, eres sagrada, y como Dios es santo, tú tienes que buscar la santidad y eres responsable del carisma de tu vocación. Pues todo carisma es una gracia extraordinaria que Dios da y tú tienes que aceptarla o rechazarla. Si la rechazas, no asumes cumplir la voluntad de Dios y tendrás que responder ante ese Dios, por qué has rechazado cumplir su voluntad. Si, por lo contrario, la aceptas, seguirás a Jesucristo tal como él te lo pide y avanzarás por el camino de la santidad. Esto es lo que significa renovar los votos el día de la Encarnación: Confesar públicamente que buscas la santidad en tu vida de consagrada.
La segunda dimensión es que, viviendo como consagrada en las Hijas de la Caridad, has encontrado la felicidad, y estás contenta, porque sientes que es la forma de vida más apropiada para ti y la que Dios te ha asignado. Y es que Dios da la vocación a cada persona teniendo en cuenta sus cualidades personales y las situaciones familiares y sociales en las que vive. La renovación de tus votos es afirmar que Dios no es un tirano, sino un Padre que quiere lo mejor para ti y que, viviendo como Hija de la Caridad, puedes encontrar la felicidad, pues ya tienes un ideal por el que vivir.
Tercera dimensión, que todo carisma, aún el de la vocación, es para utilidad de los demás, y en ti, para servir a los pobres. Todavía es actual aquello que decía santa Luisa: Abandonar la vocación es privar de socorro a los pobres abandonados, sumidos en toda suerte de necesidades que realmente sólo son atendidos por los servicios de estas buenas jóvenes que, desprendiéndose de todo interés, se dan a Dios para el servicio espiritual y temporal de esas pobres criaturas a las que su bondad quiere considerar como miembros suyos (c. 14). Aunque haya muchos organismos civiles y eclesiales que se ocupan de los pobres, todavía hay muchos lugares y pobres que no son atendidos y las Hijas de la Caridad van a buscarlos, siendo, además, las únicas que se comprometen, al renovar los votos, a socorrerlos con un Espíritu de humildad, sencillez y caridad. Y renovar tu consagración, tu entrega, es comprometerte de nuevo a vivir y a tratar a los pobres con aguante, autenticidad y cariño, pues en eso se concretiza la humildad, la sencillez y la caridad. Al renovar, confirmas ante el mundo que en ti se consagra ese día una casa donde habitará Dios y siempre tendrás la puerta abierta para que los pobres puedan ir a ella para encontrarle.
Benito Martínez., C.M.
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