“Crea en mí, Señor, un corazón puro”
Ez 36, 23-28; Sal 50; Mt 22,1-14.
Un rey está feliz por la boda de su hijo y prepara una gran fiesta e invita a los más cercanos y queridos.
¡Oh sorpresa! Ninguno de los invitados quiso ir, poniendo mil pretextos. Es triste haber hecho los preparativos y quedarte con todo preparado.
Pues el rey es Dios mismo, que nos está invitando al banquete celestial en honor a su hijo y nos da una pequeña prueba de esa fiesta con la eucaristía. Y pasa cómo en la parábola, muchos no asistimos porque tenemos flojera o trabajo.
El banquete está listo, la invitación se abre a todos, malos y buenos, pero, como en toda fiesta, uno tiene que ir con traje de celebración. ¿Cómo puede ser Dios tan duro si alguien no lo lleva? Es que el traje es tener un corazón puro y generoso, capaz de reconocer sus faltas y pedir perdón…y ése, el Padre te lo puede dar.
Padre Bueno, te doy mi corazón endurecido para que Tú lo cambies por uno de carne y pueda revestirme para disfrutar de tu banquete, valorándolo más después de haberlo perdido por la pandemia vivida. Gracias porque en tu infinita sabiduría, durante este tiempo purificaste mi corazón para saberme necesitado de ti.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Hilario Sarabia Granados, diácono permanente
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