Jesús,
te quiero porque me entiendes,
porque te has acercado a mí
a mis cosas más cotidianas:
mis estudios,
mis juegos y aficiones,
mis amigos,
mi familia…

Has puesto tu mano en mi hombro
y me has dicho:
«¿Cómo te va hoy, amigo?»
Y sin necesidad de contestarte
ya mi vida era fiesta.

Sé que estás conmigo.

Gracias, Jesús.
Mi tierra prometida
eres Tú.