“Cuando oren digan: Padre, santificado sea tu nombre“
Gen 18, 20-32; Sal 139; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13.
Los discípulos le piden a Jesús que los enseñe a orar, y lo primero que hace Jesús es enseñarles a llamar Padre a Dios. Les regala una oración en la que sintetiza su propio proyecto de vida y el del discípulo que quiera seguirlo, proyecto que gira en torno a dos realidades: Dios y el prójimo.
Dios, cuyo nombre hemos de santificar con nuestras obras y palabras; su Reino, cuyo advenimiento hemos de preparar también con nuestras obras y con un cambio de mentalidad para que se pueda ver y sentir realmente entre nosotros.
Y el prójimo, con y por quien nos comprometemos a luchar por la justicia para que todo lo que Dios ha creado sea de verdad para todos; para que estemos dispuestos a sanear a través del perdón nuestras relaciones con el prójimo con quien pueden surgir roces, enfrentamientos y contradicciones; porque también necesitamos del perdón de Dios. y conscientes de nuestra debilidad le pedimos la fortaleza para no dejarnos vencer por la tentación y que nos libere del mal.
También les habla (y nos habla) de la constancia en la oración y la confianza de que obtendrán de Dios lo que le pidan.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silvia Bermea Ordóñez HC.
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