Cumplidos los 32 años, Luisa de Marillac pasó una noche oscura, una especie de túnel de la fe. A la entrada del túnel, la señorita Le Gras se presenta con las creencias de una cristiana corriente que quiere encontrar a Dios. En medio del túnel se la ve compartiendo los miedos y las dudas de fe que puede sentir toda mujer que se adentra en Dios sin dejar de ser humana. A la salida del túnel se da cuenta de que el Espíritu Santo se había apoderado de ella mientras caminaba. Y más tarde comprendió que había pasado la Noche Oscura que experimentan todos los hombres y mujeres espirituales poco antes de entrar en la santidad, al pasar de la ascética a la mística y de la Vida Iluminativa a la Vida Unitiva, como lo cuenta san Juan de la Cruz en la Noche de los Sentidos y en la Noche del Espíritu[1]. Porque la vida, además de material, es espiritual, vivamos en Ucrania, entre los hambrientos de África o entre los acomodados de Occidente.
Tener fe en Dios y confiar en él es fácil para los cristianos, porque nos lo han enseñado desde pequeños. Y también para quienes buscan saciar su sed de felicidad eterna, al igual que Miguel de Unamuno cuando afirmaba: «digo que lo necesito, merézcalo o no, y nada más. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ella me es todo igual. Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin ello ni hay alegría de vivir ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómodo esto de decir: ¡hay que vivir, hay que contentarse con la vida! ¿Y los que no nos contentamos con ella?»[2]. Tener fe en Dios empuja a las Hijas de la Caridad a seguir a Jesús para siempre y sin condiciones. Tener fe en Dios supone fiarse del Espíritu Santo, a pesar de la escasez de vocaciones y de la edad avanzada de muchas Hermanas, porque la vocación es un don del Espíritu Santo, aunque haya días en los que sintamos oscuridad, desilusión y desánimo, al igual que san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac y los discípulos de Emaús; incluso Jesús experimentó temor en el Huerto de los Olivos, y sintió una sensación, como si el Padre lo abandonara y se desentendiera de él. Esos días necesitamos confiar también en los hombres. La señorita Le Gras, que al iniciar el camino no sabía a dónde dirigirse, se puso bajo la dirección de san Vicente, confió en él y el Espíritu Santo la guió por medio del director. Salió de las tinieblas de la noche como una emigrante que deja su tierra sin saber qué rumbo tomar. Dejó de lado los ideales de nobleza, los gustos de una burguesa y los criterios de una mujer inteligente, y se abandonó a los planes de Dios. Años después descubrió que los designios divinos eran fundar una Compañía de mujeres que se entregarían a Dios para servirle en los pobres.
A una Hija de la Caridad le es fácil tener fe en Dios, pues a él le ha entregado su existencia. Sin embargo, no le es fácil confiar en la sociedad actual. Las injusticias y violencias le gritan que no hay solidaridad con los pobres, aunque sean justos, amables, virtuosos (Flp 4,8). “La fe, como manera de poseer ya lo que se espera y un medio de conocer lo que no se ve” (Hb 11,1), la permite mantener la ilusión, porque “esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.” (1Jn 5,4). Pero, como los apóstoles y el padre del muchacho, hay que pedirle a Jesús que nos aumente nuestra fe.
Para la Hija de la Caridad la justicia reclamada en las manifestaciones políticas no es la medida de la solidaridad. Una Hermana es solidaria con el necesitado no porque sea de justicia, sino porque lo ama, como aquella Hija de la Caridad que se encaró a unos ricos que se libraban de los impuestos cargándoselos a los pobres, o como santa Luisa cuando protestaba a su primo el conde de Maure que “las cargas vienen sobre los que tienen menos medios para aguantarlas” (c. 311), y proponía que cada Hermana aportase a la comunidad según su capacidad y recibiese según sus necesidades (c. 145). Ellas saben que, al atardecer de la vida, el Espíritu Santo las examinará solo del amor.
La confianza en los colaboradores seglares crea la esperanza de trabajar como un equipo, y la solidaridad entre las Hermanas, la de vivir unidas y servir a los pobres sin que ninguna diga esto me toca a mí y esto, no (c. 204).
P. Benito Martínez, C.M.
Notas:
[1]Es conocido el poema de san Juan de la Cruz sobre la Noche oscura del alma: En una noche oscura, / con ansias en amores inflamada / ¡oh dichosa ventura! / salí sin ser notada, / estando ya mi casa sosegada.
[2]Miguel de Unamuno, Epistolario Americano (1890-1936), Universidad de Salamanca, 1996, p. 141.
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