La época del Espíritu Santo

por | Jul 2, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

El Espíritu Santo en la Encarnación dio a la Segunda Persona de la Trinidad un cuerpo humano en el seno de María y en la resurrección le devuelve ese cuerpo con nueva vida en el seno de la Trinidad. Los evangelistas ponen la Ascensión y Pentecostés el mismo día de la Resurrección, indicando que la exaltación de Jesús a la derecha del Padre es inseparable de su resurrección y de la entrega del Espíritu Santo a los hombres.

Lucas en los Hechos de los Apóstoles pone la Ascensión cuarenta días después, de la Resurrección para cristianizar la fiesta judía de la entrega de la Ley a Moisés cuarenta días después de subir al Horeb. La Ascensión del Señor señala la glorificación de Cristo e indica que la glorificación de Cristo conlleva la glorificación de la humanidad, y si una vida refinada no va con una Cabeza coronada de espinas, tampoco un cuerpo sumergido en las preocupaciones terrenas sin dirección a las celestiales va con una Cabeza glorificada. La glorificación de Cristo Cabeza es esperanza de la glorificación de sus miembros. No son los hombres quienes hacen crecer a la Iglesia, sino la energía que le viene de Cristo en los sacramentos. Ideas que encantaban a Luisa de Marillac (E 98).

La misión de Jesús estaba dirigida por el Espíritu Santo. El primer encuentro con el Espíritu Santo fue en el momento de la encarnación. En ese instante Jesús recibió el Espíritu divino en plenitud, y en el bautismo y en la transfiguración el Padre se lo manifiesta al mundo. Movido por el Espíritu Santo Jesús fue al desierto, en la última Cena se lo prometió a los discípulos y después de resucitar se lo entregó.

Cuando baja el Espíritu Santo sobre los apóstoles el día de Pentecostés Jesús establece la Iglesia, y se puede decir que con la Ascensión culmina el periodo de la encarnación y se abre el ciclo del Espíritu Santo. La función del Espíritu en la Iglesia no es suceder a Cristo ni suplantarlo, es «llevar a plenitud su obra en el mundo». En Pentecostés asume esta misión de manera oficial. Cuando los apóstoles eligen a Matías para sustituir a Judas en el colegio apostólico, lo hacen después de pedir al Espíritu que les indique a quien ha elegido. Por la fuerza del Espíritu de Jesús, Pedro y Juan curan al paralítico que les pide limosna. El Espíritu hace que Felipe se encuentre con el etíope, lo instruya y lo bautice. El Espíritu Santo da fuerza a san Esteban para exclamar ante el Sanedrín que veía a Jesús de pie a la derecha de Dios. Impulsado por el Espíritu Santo, Pedro admite a la fe al gentil Cornelio y a su familia sobre los que había descendido el Espíritu Santo. La Iglesia le pide luz para saber si a los gentiles, que no son judíos les obliga la ley de Moisés y deben ser circuncidados. La Iglesia se reúne en el Concilio de Jerusalén y aclara: «hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las indispensables» (Hch 15, 28). Y la esperanza llegó a todos los cristianos de Antioquía que interpretaron las cuatro normas no como una imposición, sino como un respiro liberador. Ya pueden considerarse miembros del pueblo de Dios, a pesar de no estar circuncidados. Es el modelo para que no aumentemos las cargas.

El Espíritu Santo hace intrépidos en el anuncio de la Buena Noticia a quienes lo acogen y los empuja a construir la vida espiritual sobre el amor, la unión y la solidaridad que llevan a los pobres a confiar en las Hijas de la Caridad. Sor Juana Elizondo, Superiora General les decía que debían estar atentas para saber por dónde quiere llevar el Espíritu Santo a la Compañía. Parecido a lo que santa Luisa y las Hermanas hablaron en la conferencia del 31 de mayo de 1648.

Desde el comienzo de la Compañía los fundadores recalcaron que el fundamento de la vida en comunidad es la unión que hace el Espíritu Santo como la hace en la Trinidad (SV. IV, 228-229, IX, 107; SL. c. 362,500, E 47, 55). Santa Luisa comprendió que la vida comunitaria sería desagradable si no las unía el amor de amigas. La compañera se le daba a una Hermana sin que ella la eligiera y muchas se conocían por primera vez en el destino. Sólo el amor que da el Espíritu Santo lograría la unión (c. 15). El Espíritu Santo viene cuando «todos los discípulos están reunidos» (Hch 1, 14). Pero no basta con estar juntas, hay que estar unidas en un sólo corazón, como Jesús se lo pide al Padre en la última Cena (Hch 4, 32).

El Espíritu Santo nos guía a encontrar los caminos del Señor. De nada sirven los intercambios si no estamos dispuestos a cambiar de postura ante las inspiraciones del Espíritu divino para mejor cumplir la voluntad de Dios. San Vicente y santa Luisa pedían para las Hermanas que el Espíritu Santo derramara en sus corazones las luces que necesitaban para caldearlo con gran fervor (IX, 103). El Espíritu de Dios no siempre se manifiesta en los grandes acontecimientos, prefiere manifestarse como una brisa suave en los quehaceres de cada día, en el gesto de cariño, en la acogida atenta. Todo lo que lleve paz y gozo es signo de la presencia del Espíritu.

Benito Martínez., C.M.

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