“La misericordia del Señor es eterna. Aleluya“
Hech 5, 12-16; Sal 117; Apoc 1, 9-19; Jn 20, 19-31.
Desde el 23 de mayo del 2000, por indicación de Juan Pablo II, la fiesta de la Divina Misericordia es el segundo domingo de Pascua.
El perdón real de los pecados se hace presente en el sacramento de la reconciliación, encuentro privilegiado con la divina misericordia. También en lo cotidiano, cuando perdonamos las ofensas como Dios nos perdona. Otra experiencia de pedir perdón es, por ejemplo, el programa AA, que dedica seis de los doce pasos para admitir defectos, pedir humildemente ser librados de ellos, reparar el daño –cuando es posible y hace bien– que esos defectos han causado; reconocerlos para corregirlos en cuanto aparezcan.
En el evangelio podemos captar los gestos de misericordia de Jesús: en vez de reclamar acepta a Tomás, un amigo que está triste. ¿Qué hace Jesús? Muestra sus heridas de manos, pies y costado, precio del rescate por nuestros pecados.
Hoy seguimos mirando las llagas de Jesús, seguimos tocando sus heridas cuando servimos a los pobres. San Vicente llama a los pobres “miembros dolientes de Cristo”. En ellos podemos mirar y tocar la misericordia del Señor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alicia Margarita Cortés C. HC
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