El puro amor en Cristo resucitado

por | Abr 23, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Aunque la explosión pirotécnica del amor se dé la Noche de Navidad, los fuegos artificiales se celebran todo el año, principalmente en la Semana Santa y en la Resurrección de Jesús, el inocente Hijo de Dios y de la Virgen María, que después de ser martirizado como un ser humano, resucita como Dios para testimoniar que toda su doctrina es verdadera porque viene de Dios. Es la doctrina que aclara el camino del amor que deben seguir los hombres para resucitar en esta vida y en la eterna.

San Juan dice que “Dios es amor” (1Jn 4, 8). Y como el amor es expansivo, Dios Padre al expansionarse dentro de él, engendra al Hijo, Segunda Persona de la Trinidad, al que ama como a sí mismo con un amor único convertido en el Espíritu Santo, Tercera Persona Trinitaria. Y la Segunda Persona, al expansionarse fuera de la divinidad, crea para sí el universo y dentro de él al hombre, capaz de alcanzar la felicidad divina, si logra que el amor controle todas sus acciones y convierta al hombre en la Imagen de Dios en la tierra[1]. Para enseñarnos la grandeza del amor y a ponerlo a nuestro alcance, el Padre nos envió a su Hijo; y para ayudarnos a vivirlo en toda su pureza nos envía el Espíritu Santo. Alcanzar el puro amor es el punto culminante de la espiritualidad cristiana. Es amar a Dios con un amor totalmente puro sin ningún interés personal, ni por el cielo ni por miedo al infierno. De tal manera que si, por un imposible, un alma supiera que Dios quería que se condenara, el alma lo aceptaría gustosa por agradar a Dios.

Muchos escritores del siglo XVII trataron este tema. Un siglo antes estas ideas habían alborotado España[2]. En el siglo XVII se discutirán en Francia y serán condenadas en su faceta quietista. Y este es el motivo por el que la mística fue considerada sospechosa y Gobillon borró de los escritos de santa Luisa todo signo de misticismo y recompuso sus meditaciones. Sin embargo, santa Luisa de Marillac invita sin miedo a vivir el puro amor: «El amor que debemos tener a Dios ha de ser tan puro que no debemos pretender en la recepción de sus gracias más particulares nada más que la gloria de su Hijo, puesto que Nuestro Señor nos lo enseñó en la persona de los Apóstoles a quienes, al prometerles el Espíritu Santo, les aseguró que por él sería glorificado. Esto es todo lo que ha de pretender el alma que ama a Dios» (E 87). Y meditando el trozo del evangelio de san Juan (12, 28s), en el que dice que cuando Jesús fuera levantado de la tierra, atraerá todo a él, ora: «Haznos comprender estas palabras: si somos tuyas, ya no seremos de nosotras, y si somos tuyas ¿no será un latrocinio hacer uso de nosotras y vivir, por poco que sea, alejadas de los preceptos del puro amor que nos has enseñado en la tierra?” (E 105). El puro amor es un amor que no espera recompensa, un amor puro sin escoria, un amor que solo se vive resucitando cada día con Jesús. En una época en la que había llegado a lo más alto de la santidad, anima a las Hijas de la Caridad a buscarlo. Lo titula: “Práctica del puro amor” (E 105).

¿De dónde le vino a Santa Luisa hacer oración sobre el puro amor e inculcárselo a las Hermanas? ¿De la plenitud de su amor? ¿De San Francisco de Sales? San Francisco de Sales manifiesta “que si, ima­ginándose un imposible, supiera que su condenación era un poco más agradable a Dios que su salvación, dejaría su sal­vación y correría a su condenación”[3]. Santa Luisa leyó frecuen­temente sus obras (SV. I, 149; SL. E 15). Pudo haber escuchado algún sermón, como El amor de Magdalena, atribuido a Bérulle[4]. También pudo leer la obra del capuchino Lorenzo de París, El palacio del amor divino de Jesús y del alma cristiana (ed. en 1603, 1614, 1622, 1626) que también pone la aceptación del infierno si, por un imposible, Dios quisiera su condenación. Seguramente santa Luisa conocía a Lorenzo de París y es fácil que alguna vez le abriera su corazón en el convento del arrabal de Saint-Honoré, cuando pensaba ser capuchina. Hay muchas semejanzas en ideas sobre el amor, el desprendimiento y la voluntad.

Parecería que esta espiritualidad no es apropiada para las Hijas de la Caridad, que van por los caminos de los pueblos y las calles de la ciudad para servir a Dios en los pobres, pero es que también ellas son mujeres consagradas, aunque sea por la entrega a Dios y no por los votos, que son como los que puede hacer cualquier seglar en el mundo. Y santa Luisa, su fundadora, les anima a que vivan esta espiritualidad. Mis queridísimas Hermanas, almas todas que aspiran a la perfección del puro amor divino. Así comienza el escrito E 105, recordándoles luego que Jesús quiere atraer a todos los hombres a unírsele por medio del puro amor, y que tiene autoridad para atraerlos y exigirles el puro amor, pues es el Hijo de Dios que morirá en la cruz, pero resucitará por amor. Santa Luisa identifica la perfección, la santidad con el puro amor. Aunque Jesús llama a todos a la perfección, no contento con el amor general de todas las almas llamadas, quiere tener otras queridísimas, elevadas por la pureza de su amor. Con toda naturalidad invita a las Hermanas a adquirir el puro amor o, lo que es igual, la santidad: “Seamos más esforzadas, queridísimas Hermanas… ¿Qué sería de nosotras si, viéndole levantado con el deseo de atraernos a Él, permaneciéramos tan fuertemente asidas a la tierra que el peso de nuestras malas aficiones prevaleciera sobre la fuerza de atracción de su puro amor?” Y expone lo que entiende ella por el puro amor. Para ella el puro amor no es nada hipotético, como en san Francisco de Sales, es algo real y posible: “Quieres atraernos a ti. Haznos comprender firmemente estas palabras: Si somos tuyas ya no seremos de nosotras y, si pensamos que somos tuyas, ¿no será un robo usar de nosotras y vivir, por poco que sea, alejadas de los preceptos del puro amor que nos has enseñado en la tierra?” ¿Y cuáles son los preceptos del puro amor? ¿En qué consiste el puro amor? Sencillamente, en un desprendimiento total de las cosas creadas para resucitar con Jesucristo.

Benito Martínez., C.M.

Notas:

[1] Benito MARTÍNEZ, La señorita Le Gras y santa Luisa de Marillac, CEME, Salamanca 1991, p. 131s.

[2] Típico es el soneto No me mueve mi Dios para quererte / el cielo que me tienes prometido…

[3] SAN FRANCISCO DE SALES, Tratado del amor de Dios, L IX, cap. IV.

[4] ANONIMO FRANCÉS DEL SIGLO XVII, El amor de Magdalena. L’Amour de Madeleine. Sermón descubierto por Joseph Bonnet hacia 1909, Herder, Barcelona, 2007. Hasta hace poco se atribuía a Bossuet, pero actualmente los estudiosos se inclinan por Bérulle. Tiene dos ideas que son el eje del escrito de santa Luisa: el desprendimiento total y la atracción que ejerce Jesús sobre el amor humano (p. 35 y 41).

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