Un día de silencio que nos habla de espera, de preparación, de deseo; como el silencio musical, que espera expectante la nueva melodía que todo transformará.
La ausencia de rezos y de celebraciones litúrgicas nos ayuda a meditar cómo pudo ser para los discípulos cuando les “cayó el veinte” de que Jesús ya no estaba con ellos y que podían correr la misma suerte de cruz; por eso cerraron puertas y ventanas, por miedo, por tristeza y quizá decepción.
Hoy es un día de silencio orante y esperanzado porque tenemos la dicha de ser cristianos del siglo XXI y creemos que Jesús resucitó, a diferencia de aquellos primeros seguidores que estaban descorazonados; podemos comprenderlos un poco porque en nuestro camino de fe hemos sabido de lo que llamamos “silencio de Dios”; decimos incluso que a veces no podemos captar su presencia en todos los acontecimientos.
Algunos santos han dejado testimonio de esa etapa de vida espiritual, cuando no sienten a Dios consigo. San Juan de la Cruz lo llamó noche oscura, san Vicente de Paúl tuvo que coser en su ropa, cerca del corazón, un papel con el credo escrito para tocarlo cada vez que la duda de fe lo asaltaba, santa Luisa de Marillac sufrió dudas sobre la existencia de Dios con oscuridad y desasosiego.
Acojamos este día para callar nuestra boca pedigüeña y permanecer a la espera.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alicia Margarita Cortés C. HC
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