Cuando estamos viviendo situaciones tan dramáticas como la guerra de Ucrania, la devastación que está haciendo el coronavirus, la subida galopante de los precios, los desastres ecológicos en Canarias y en otros lugares, parece un insulto escribir sobre la vida espiritual en vez de dedicarnos a paliar esas calamidades. Sin embargo, puede ser que no luchemos contra esas tragedias porque nos falta vida espiritual, carecemos de esa vida interior que nos une con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque la vida espiritual es trinitaria. Es el motivo por el que durante varias semanas voy a poner ideas para reflexionar sobre la vida espiritual.
San Vicente de Paúl inculcó a los misioneros, junto con la devoción a la Encarnación, la devoción a la Trinidad. La Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, para realizar la salvación de los hombres, se encarnó y se hizo hombre por obra del Espíritu Santo, sin intervención de un varón. También dice que el Hijo y el Padre nos envían al Espíritu Santo para continuar la misión del Hijo. Y los evangelios terminan su relato en el momento en que el Hijo resucitado envía a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, porque propiamente Dios no existe, lo que existen son las tres Personas de la Trinidad: el Padre sin origen, que es Dios, el Hijo, que es Dios, engendrado por el Padre y enviado al mundo para instaurar un Reino de felicidad, y el Espíritu Santo que también es Dios, y procede del Padre y del Hijo y es enviado al mundo por el Padre y el Hijo para aplicar la salvación a cada hombre.
La Biblia dice que, en un momento imaginativo de la eternidad, cuando no existe el universo y solo hay la Trinidad, esta decide expansionarse hacia fuera, y por medio del Hijo y para él crea el universo y lo sostiene para que no vuelva a la nada. También dice que la Trinidad presta una atención especial al hombre creado a su imagen para ser feliz, aunque no pueda alcanzar la felicidad que está sólo en Dios, porque Dios es ilimitado e infinito, mientras que el hombre es limitado y finito. Pero, si el hombre no puede hacerse Dios, Dios sí puede hacerse hombre. Y santa Luisa de Marillac explica que en la eternidad, cuando la Trinidad decide crear al hombre, por el mismo designio decide que el Hijo se haga hombre. Para santa Luisa, siguiendo a Juan Duns Escoto, la Encarnación es una exigencia de la creación del hombre y, aunque este no hubiera pecado, el Hijo se habría encarnado. Es la única manera de que el hombre pueda unirse a Dios y alcanzar la felicidad. El modo de unírsele cada hombre constituye su vida espiritual.
Cuando el Padre por puro amor envía a su Hijo a la tierra, envía también al Espíritu divino, en una misión conjunta de salvación y glorificación. En este cometido el Hijo y el Espíritu Santo -los dos brazos del Padre, según San Ireneo- son distintos, pero inseparables, con un papel bien definido cada uno: la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, encarnado en el hombre Jesús, realiza la redención de los hombres, y la Tercera Persona, el Espíritu Santo, les aplica la salvación, transformándolos en Cristo e incorporándolos a su Humanidad, como el sarmiento a la vid, a través de los sacramentos, presencia real de Jesucristo. Es la vida en Cristo que “Dios ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). Santa Luisa animaba a las Hermanas: sed “verdaderas cristianas y perfectas Hijas de la Caridad, pidiéndole su Espíritu, como os lo dio en el bautismo… Si obtenéis ahora de nuestro Salvador este nuevo don, ¡qué fuerza tendréis para trabajar en la perfección que os pide!” (c.712).
La Iglesia admite siete sacramentos que, como actos de Cristo, nos santifican. Pero, por influjo del ecumenismo, admite que el bautismo y la Eucaristía son los sacramentos primordiales, y pone la Eucaristía como cumbre de la estructura litúrgica. Sin embargo, la práctica popular ha hecho del bautismo el centro de la salvación. El don por excelencia que nos da Jesucristo en el bautismo es el Espíritu Santo que nos aplica la justificación y nos hace morada de la Trinidad, como lo dijo Jesús en la Ultima Cena: Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23). El Padre se establece en el hombre como fuente del amor hacia el hijo pecador; el Hijo mora en el hombre y nos hace hijos del Padre por el amor; y el Espíritu Santo nos aplica este amor. Una noche Jesús dijo a Nicodemo que el hombre nace a la vida cristiana por el bautismo “del agua y del Espíritu (Jn 3, 5) y antes de morir consoló a los discípulos: “Os conviene que yo me vaya. Si me voy, os enviaré al Paráclito. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” (Jn 15, 7.13). En ocasiones difíciles necesitaremos las gracias especiales llamadas dones, que el Espíritu Santo activa directamente de una manera sobrehumana. Santa Luisa decía que es una “fuerza para obrar por encima de la fuerza humana” (E 87).
En los Hechos de los Apóstoles Lucas va narrando la acción del Espíritu Santo en los bautizados y especialmente en Pablo de Tarso. Tan profundamente sintió éste su presencia que escribió a los romanos: “En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rm 8,14). Es la vida sobrenatural que tanto suele asustar a los hombres del mundo, porque piensan erróneamente que vivirla les aleja de la vida social, y que el goce legítimo de la vida humana se opone a la vida en Cristo.
Santa Luisa baja a la realidad de las Hijas de la Caridad y les inculca que la vida espiritual las obliga a lavar a los enfermos, a ponerles servilletas y toallas limpias, a ocuparse de los orinales, a responder de los enfermos dentro y fuera del hospital, pero, sobre todo, a preocuparse por su salvación (c. 176). San Vicente decía a los misioneros: “Hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes; ¿habrá que dejarlo todo para no pensar más que en Dios? No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios, y hacerlas más por encontrarle a él allí que por verlas hechas”. Pues “se necesita la vida interior, hay que procurarla; si falta, falta todo” (XI, 430.429). La cima de la perfección a la que cada uno se siente llamado es diferente y unas espigas dan 30 granos, otras 60 y otras 100 (Mt 13, 8). La sicología femenina tiene ciertos rasgos diferenciados de los rasgos masculinos, y hay que tenerlo en cuenta. Acaso sea tiempo de traer a la tierra una espiritualidad de ternura.
Benito Martínez., C.M.
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