Jesús es el testigo fiel y el Rey de los mártires. Acogerle quiere decir seguirle hasta el extremo con palmas en la mano.
De los cuatro evangelistas, solo Juan hace mención de ramos de palmas. Mateo y Marcos solo hablan de «ramas de los árboles». Lucas, por su parte, dice nada de ramas. ¿Se debería esto a que no quisiese él asociar nada revolucionario ni nacionalista con Jesús (véase 2 Mac 10, 7)?
Pero Lucas tiene en común con Mateo y Marcos lo de los mantos con los que se apareja el borrico. Con ellos también se alfombra el camino. Y los tres, junto con Juan, nos remite al Sal 118. En parte, dice el salmo: «Bendito el que viene en nombre del Señor …. Ordenad una procesión con ramos hasta los ángulos del altar».
Lucas, sin embargo, inserta la palabra «rey». Dice, por lo tanto, la aclamación: «Bendito el rey que viene en nombre del Señor».
Ella no les gusta a algunos fariseos. No se contentan con que no se le salude al que viene entre palmas y ramas de árboles. Piden además al Maestro que los reprenda a sus discípulos.
Y él replica que si éstos se callan, gritarán las piedras. Es decir, da entender que los sencillos, y aun las cosas que no tienen vida o ánimo, saben leer los signos de los tiempos. Lo conocen, mejor que los sabios que quieren que los demás repriman los propios sentimientos, quién es el que viene. Él es el Rey ungido, la luz de las naciones y la gloria de Israel. Le basta con decir: «El Señor lo necesita», para que a él, al jefe, se lo dé.
Seguir al Rey y Mesías en procesión con ramos y palmas
A los líderes instalados en Jerusalén, sí, se les escapa el sentido de lo que pasa. Es por eso que un poco más tarde habrá llanto sobre Jerusalén por parte de Jesús.
Pero no del todo comprenden tampoco los discípulos. De hecho, les cuesta entender las predicciones de la muerte y la resurreción de Jesús. O no oyen o no entienden nada. No captan que las palmas tienen que ver también con las palmas del testimonio o martirio. No solo con las palmas del triunfo.
Es por eso que dos discípulos más tarde se irán de Jerusalén, para huirse, confundidos y desilusionados, de su decepción.
Y, ¿nosotros capaces somos de hacer sentido de la muerte de Jesús en la cruz? ¿No la tomamos por algo que exige un Padre justiciero que solo se aplaca con la sangre preciosa del Hijo?
Pero la verdad es que Dios es amor. Lo propio de él, por lo tanto, es la misericordia (SV.ES XI:253), no el sadismo.
No, no desea Dios mal alguno para sus amados, ni menos para su Hijo amado. La culpa es de los que rechazan a Jesús. De los que se ponen en contra de que reine la justicia, la verdad, la solidaridad.
Y seguirle a Jesús por el camino de amor, con sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación, celo, quiere decir aguantar las persecuciones.
Así que, en la cruz, Jesús nos enseña qué quiere decir amar al igual que Dios, anonadarnos, servir a los demás con amor hasta el extremo. Quiere él que cambiemos y vivamos, y no muramos.
Señor Jesús, haz que vivamos tu Cena. Así seremos fieles testigos de la luz y la verdad; floreceremos cual palmera cuyas palmas no se marchitan.
10 Abril 2022
Domingo de Ramos (C)
Lc 19, 28-40; Is 50, 4-7; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14 – 23, 56
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