“Llamaba Padre suyo a Dios, igualándose con Él”
Is 49, 8-15; Sal 144; Jn 5, 17-30.
Es admirable la relación que tenía Jesús con su Padre, y el texto del evangelio de hoy lo pone de relieve. Todo gira en torno al Padre. Las primeras palabras que Jesús pronuncia en el Evangelio son para su Padre (“Tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre”), también lo serán las últimas (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”). No podremos encontrar a un hijo que ame tanto a su padre y que esté dispuesto a cumplir su voluntad, cueste lo que cueste. Es difícil encontrar entre nosotros una relación con tal grado de intimidad, de confianza, de escucha, de amor, como la de Jesús con su Padre. En Jesús entendemos lo que significa el mandamiento primero de la Escritura: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas…”. Igualmente, en Jesús encontramos la experiencia más total del amor al prójimo, que es la otra cara de ese mismo mandamiento.
En la Familia Vicentina contemplamos tres rasgos fundamentales que definen a Jesucristo: Es el “adorador del Padre”, es el fiel “servidor del designio de amor de su Padre” y es el “evangelizador de los pobres” por excelencia. De eso se trata seguir a Jesucristo, de reproducir en nosotros los rasgos de su vida y su acción.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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