“Dejen que los niños se acerquen a mí”
Sant 5, 13-20; Sal 140; Mc 10, 13-16.
Hace poco me decía un joven: “Ya voy a cumplir los dieciocho y haré lo que quiera hacer”. Solo dije: “ojalá y siempre pienses lo que vas a hacer”. El sentirse adulto tiene sus riesgos y uno de ellos es volverse autoritarios y prepotentes. Como los discípulos, que en ciertos momentos parecían más guardaespaldas que aprendices. No dejaban que los niños se acercaran a Jesús. Lo mismo hacían a veces con las mujeres o los pobres. Eso, Jesús siempre lo reprochó, porque el discípulo está llamado, elegido y enviado para “acercar”, no para “alejar”. El discípulo debe animar e ilusionar, no abatir ni desalentar.
Por eso es necesario que el discípulo se haga como un niño: obediente al Padre; acercarse a Él para experimentar su ternura y su misericordia. El discípulo tiene la misma misión de Jesús: dar a los adultos un corazón de niño, dócil, disponible.
Tenemos en este evangelio tan sencillo muchos motivos de reflexión. Pensamos que el buen cristiano ha de ser duro, juez, impositivo… ¿Cuánta gente ha dejado la Iglesia por encontrarse actitudes así? Pidamos a Dios la gracia de ser discípulos atrayentes y dinámicos, como Jesús. El reino debe ser acogido con alegría y sencillez, con la actitud de aquellos niños que buscaban estar cerca de Jesús.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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