En Ucrania, la vida sin esperanza será un infierno

por | Feb 26, 2022 | Benito Martínez, Conflicto en Ucrania, Formación, Reflexiones | 1 comentario

La OTAN occidental y Rusia con sus satélites quieren demostrar sus ambiciones y su poderío, aunque lo paguen los países que hacen las fronteras. En esta ocasión Ucrania, de raza eslava y religión ortodoxa en su mayoría. Atacados por aviones, tanques y ametralladoras, la gente en Ucrania no puede perder la esperanza de que esto pronto acabará. A pesar del miedo que causan las bombas, el niño espera llegar a mayor, el adolescente terminar sus estudios y el joven cumplir sus anhelos. Vivir con la esperanza de que la guerra termine pronto, da contento; sin esta esperanza, Ucrania muere. Y es un motivo para hablar de la esperanza.

La segunda Persona de la Trinidad creó el universo y se lo entregó al hombre para que hiciera de él un Paraíso, pero visto lo que sucede en el este de Europa, el hombre no tiene intención de hacerlo. La Segunda Persona, se hizo hombre y nos enseñó a convertir la creación en un Reino de paz por medio de la justicia y el amor. Jesús lo expresa con una palabra: “Velad”, y san Pablo con una frase: «El atleta se priva de todo por una corona que se marchita; nosotros, por una incorruptible » (1Co 9, 25).  El Catecismo de la Iglesia Católica define la esperanza como la virtud que “corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de los hombres; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en el desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna” (n. 1818).

La encarnación del Hijo de Dios y su vida, no es algo del pasado, sino un acontecimiento que se prolonga hasta la actualidad. Si la felicidad eterna no dependiera del trabajo en este mundo, habría que confesar que el cristianismo es “el opio del pueblo” (Karl Marx). Sin embargo, la sociedad moderna cada vez más cree que un Paraíso, una vida en el más allá es una quimera y que hay que disfrutar de la vida en esta tierra, convertida en un paraíso. La felicidad está en nuestro corazón, en esa sensación de paz y contento que nos embarga, cuando esperamos que nada nos falte y sabemos que nunca nos faltará. Aunque el dinero sea necesario para un mínimo de bienestar, no siempre da la felicidad. Lo atestigua la gente adinerada que no es feliz. Tampoco en el prestigio está la felicidad. ¡Cuántos famosos y famosas han desaparecido trágicamente, porque ya no esperaban nada de esta vida! Tampoco da la felicidad tener amigos, porque no es raro sentir con qué facilidad se pierden las amistades. Jesús sí es el amigo que nunca engaña. A su lado florece la esperanza.

Falsa es la acusación de que los cristianos están pendientes de la otra vida y no esperan nada de los asuntos terrenos. El Concilio Vaticano II ha dado una respuesta adecuada a la esperanza de buscar el bienestar también en la tierra (GS 35). Los padres conciliares dirigieron un Mensaje al mundo, aclarando que la tarea principal de evangelizar no exime de trabajar por el progreso, y presentaron soluciones a los problemas de la paz proyectados de esta vida a la eterna. Esta es la esperanza cristiana que buscamos cuando rezamos. “La esperanza no decepciona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5)

San Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac atestiguaron con sus fundaciones que la esperanza de la gloria se apoya en solucionar los problemas de los pobres. Y fundaron las Caridades (AIC), a los Misioneros Paúles y a las Hijas de la Caridad para hacerlos felices. Y el beato Federico Ozanam con seis compañeros organizó en la SSVP a los hombres que quisieran transformarse en cristianos activos en favor de los pobres. La gloria eterna es fruto de una esperanza activa, y, aunque el Reino de Dios llegará a su plenitud al final de los tiempos, se debe comenzar a construirlo ya (GS 57). Porque también nosotros podemos dar la felicidad al que se siente despreciado o solo, si ve que le valoramos y somos un amigo. San Vicente de Paúl decía que vivimos entre el temor y la esperanza, y animaba a quitar el temor por medio de la esperanza que produce la confianza, y así esperanza y confianza son casi lo mismo. Porque tenían esperanza, san Vicente, santa Luisa y el beato Ozanam se embarcaron en empresas que parecían irrealizables. La esperanza es activa, cuando somos pasivos no hay esperanza, sino espera, convirtiéndonos en unos viajeros sentados en un apeadero, por si para algún tren. Un vicenciano no espera que las cosas las hagan otros; es responsable, creativo y audaz para emprenderlas él. El vicentino no piensa que Dios omnipotente va a remediar los problemas por sí solo. La esperanza es optimista y realista.

Jesús actúa en el mundo de los pobres con el esfuerzo de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente, decía san Vicente, y añadía, “solamente esa esperanza me da un enorme consuelo. Esto es lo que Dios hace de ordinario: primero divide y luego junta, separa y luego acerca, quita y después devuelve; en fin, destruye y restablece” (VI, 509). La desilusión amenaza la esperanza, si no quedan satisfechas las necesidades vitales que continuamente buscamos, según Erich Fromm: sentirse querido y seguro, sentirse valorado y útil, lograr la identidad de ser uno mismo y encontrar sentido a la vida. Cuando alguien no se siente amado o valorado, cuando no encuentra sentido a su vocación, necesita asirse a la esperanza que le da la presencia del Espíritu de Jesús: Si alguno me ama, el Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él. Cuando una mujer o un hombre se ofrece a Dios para servirle en los pobres, él los acepta y los convierte en esperanza de los necesitados para que no desesperen si se dan cuenta que han perdido el tren del bienestar y están en un apeadero donde no para ningún tren. Acuden a la Familia Vicenciana con la esperanza de que detenga el tren y les ayuden a subir.

Benito Martínez., C.M.

Etiquetas: invasion_ucrania

1 comentario

  1. Ross

    Padre nuestro, que estás en el cielo, firme es tu misericordia, y tu fidelidad dura por siempre: mándales a los que rigen las naciones tu sabiduría, para que les asista en sus trabajos y les haga saber y hacer lo que te es grato. Todas las naciones te alaben, Señor; te aclamen todos los pueblos.

    Contempla, Señor, a la Madre de tu Hijo y escúchanos; oye los gritos de los que sufren en Ucrania y dales la paz.

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