1 Sam 26, 7-13. 22-23; Sal 102; 1 Cor 15, 45-49; Lc 6, 27-38.
San Lucas dice que cuando Jesús bajó de la montaña, ya le esperaba una multitud deseosa de escuchar su Palabra y de que los curara. Jesús se dirige en especial a sus discípulos quienes, más que ningún otro, desean aprender de él. A estos les dice que el plan de Dios es que todos sean felices y ahí mismo nos ayuda a discernir lo que tenemos que hacer para ser felices. Nos llena de consejos que conviene releer una y otra vez con atención, porque los consejos de Jesús superan lo que la gente aprendía desde la infancia, escuchando a los escribas y fariseos. Lo de Jesús es una exigencia no sólo diferente, sino opuesta: “amar a los enemigos”. A esto, san Mateo le llamará “justicia mayor” y es, decididamente, para los discípulos que quieren seguirlo (Mt 5, 20).
La enseñanza de Jesús es nueva y difícil. Los ejemplos que Jesús pone, asustan: “poner la otra mejilla”, “hacer primero lo que quiero que otros me hagan a mí”. Se trata de ir siempre más allá de lo que otros consideran “normalmente bueno”. Se trata de imitar al Padre Dios en su bondad, en su misericordia, en su capacidad de perdón, en su amor sin límites… Todo tan sencillo: imitar lo que hace Jesús, ya que lo que él hace, lo hace imitando a su Padre: “Quien me ve a mí, ve a mi Padre”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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