La vocación es la inclinación que siente una persona hacia un modo de vida profesional y espiritual. En la vida espiritual, la vocación se entiende como una llamada divina que nos orienta sobre lo que queremos en la vida. En lo profesional es una inclinación que siente el ser humano a trabajar en un sector determinado con tareas que le atraen y para las que tiene habilidades. Dios, al aceptar la vocación de una persona le da las gracias necesarias para vivir las exigencias que implica esa vocación. La perseverancia se apoya en Dios más que en el aguante humano. Cuando faltan las fuerzas y parece imposible salir de la situación de debilidad, aparece el Padre Dios que envía al Espíritu de Jesús a recordarnos lo que dice a la Comunidad de Éfeso en el Apocalipsis: conozco tu conducta: tus fatigas y paciencia. Tienes aguante: y has sufrido por mi nombre sin desfallecer (Ap 2, 2s).

Por lo difícil que es evangelizar a los pobres y vivir en comunidad, tal como les obliga sus constituciones, para los Misioneros Paúles (cap. II) y para las Hijas de la Caridad (2, 17) el aguante es el pilar que sostiene la vocación. Así lo afirmaba santa Luisa de Marillac cuando decía a las Hermanas, que la señal de ser una buena Hija de la Caridad era si lo aguantaba todo (c. 115), porque a pesar de ser limitada, confía en la victoria apoyada en Dios, que fortalece al que se siente frágil y acude a él.

Pero hay que tener en cuenta que a comienzos del siglo XXI en España no aguantamos cargas, sino vacíos. Después de la Segunda Guerra Mundial se multiplicaron las apostólicas que se llenaron de niños. Las congregaciones religiosas aparecían como un lugar de promoción de los jóvenes del campo, había muchas misiones al extranjero que entusiasmaban a los jóvenes, la propaganda en favor de la Iglesia que hacía el nacionalcatolicismo y el prestigio de la consagración influían en el aumento de las vocaciones. La demografía era campesina y creyente: el 80% de las vocaciones salían de pueblos menores de 10.000 habitantes, y de éstos, casi otro 80%, de pueblos inferiores a 5.000. Pero hoy la situación ha cambiado, hoy esos pueblos componen la España vaciada, que a comienzos del siglo XXI abarcan el 90% del territorio español, zonas que sufrieron emigraciones masivas durante el denominado éxodo rural de los años 1950 y 1960, y ya no hay campesinos creyentes que emigren a la ciudad sin fe. Necesitamos aguante ante la España vaciada y el descenso de vocaciones, aguante ante un contexto creciente de secularización y liberación de las costumbres, especialmente sexuales, que influyen en los jóvenes. Necesitamos aguante ante lo difícil que es crear hogares afectivos en las familias mono-nucleares y mono-parentales que se desintegran con facilidad.

El laicado nos ayuda a aguantar esta situación. Al escasear el clero, los seglares asumen mayores responsabilidades en una evangelización sin tantas estructuras y sin comprometerse para siempre. Las congregaciones ya no se consideran un lugar de promoción juvenil, sino de trabajo, exigiendo cualificación profesional y equipos técnicos caros. Las instituciones privadas no pueden aguantar estas cargas y necesitan grupos de seglares a quienes se les inculque el carisma, espíritu y fines vicencianos, con medios adecuados para acomodarse a los tiempos actuales.

La Iglesia necesita seglares comprometidos, pero hay que descubrirlos, orientarlos y acompañarlos, y en las tres etapas es imprescindible el aguante, partiendo de que una Pastoral Vocacional tiene que apoyarse en una Pastoral Juvenil, y de que toda Pastoral con adolescentes y jóvenes necesita aguante. Descubrir a los que puedan tener vocación, a cristianos inquietos que sienten el vacío de la vida y preguntan, como el joven rico, ¿qué me falta aún?; invitarlos a ir a convivencias de discernimiento; acompañarlos y orientarlos en su vocación es imprescindible para ayudar a hacer un discernimiento de la voluntad de Dios. Pero con aguante todo es posible.

Benito Martínez., C.M.