“El que siembra, siembra la Palabra”
2 Tim 1, 1-8; Sal 95; Mc 4, 1-20.
La palabra es para ser escuchada. Y cuando de verdad es escuchada, ésta se convierte en convicción. Una convicción en una persona es algo realmente fuerte y profundo, hasta el punto de orientar el comportamiento conforme a ella. Cuando una convicción no se traduce en una conducta, o no es auténtica o es muy poco profunda.
La parábola del sembrador nos habla de sembrar la Palabra de Dios, de acogerla, de hacerla fructificar. La Palabra es una semilla que se arroja con la esperanza de que produzca fruto. ¡Qué comparación tan sugerente! También se nos habla, siempre utilizando comparaciones, que la superficialidad, la dureza de corazón o los afanes de la vida impiden que la Palabra se traduzca en convicciones que cambien nuestros hábitos de conducta. Dicho en otros términos: actitudes como éstas no son la mejor disposición para interiorizar y hacer vida en nosotros un mensaje cuyos contenidos tocan (o deberían tocar) fibras muy hondas de nuestro ser.
Ser “buen oyente de la palabra” supone una apertura, una humildad, una libertad y una generosidad que no todos tenemos. Nos da miedo. Ahí está la cuestión.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Francisco Javier Álvarez Munguía C.M.
0 comentarios