Ya han terminado las fiestas de Navidad y los Magos han vuelto a sus países. Con cuidado hemos recogido las figuras, como los pastores recogen su ganado. De golpe, el primer domingo después de la Epifanía, la liturgia católica nos presenta a Jesús, al ser bautizado por Juan en el Jordán, como un hombre de unos treinta años que recorre Galilea anunciando que Dios Padre le ha enviado a establecer en la tierra un Reino de los Cielos en justicia, amor y paz. Es el objetivo al que se comprometen todos los que se unen a Jesucristo por el bautismo. Terminadas las fiestas de Navidad nos toca agradecer a Dios haberlas pasado sin ser contagiados del coronavirus o por haber estado atendidos por familiares y amigos que nos quieren y nosotros se lo agradecemos. El agradecimiento supone el amor de Dios o de una persona que nos ayuda y nosotros correspondemos también con amor en forma de agradecimiento. Lo importante es el amor. Cuando santa Luisa de Marillac le escribe a entrañable Sor Juliana Loret la frase “le agradezco con todo mi corazón su cariñoso afecto hacia mí” (c. 371), le está manifestando su agradecimiento y su amor.
Puede haber personas que rechacen agradecer algo que se les ha dado o se les ha hecho, porque lo consideran un derecho suyo y una obligación de los otros o por suspicacia de segundas intenciones en quien hace el favor. En ambos caso sería bueno examinar si hemos sabido manifestarles el amor que nos mueve a hacerlo o la suspicacia en personas que se minusvaloran y piensan que no pueden ser amadas, pues en ellas nadie se ha fijado nunca para amarlas.
Santa Luisa expresa el agradecimiento terminando sus cartas con la frase muy agradecida hija o servidora, y cuando no sabía a quién agradecérselo, se lo agradecía a la divina Providencia. A veces parecen fórmulas de educación: “le agradecemos de todo corazón el bonito y excelente hilo que nos ha mandado, ya sabía usted que apenas nos quedaba” o “las uvas son hermosísimas, ya sabe que no tengo dientes y no puedo comer las pequeñas, así que se las agradezco” o “le agradezco sus hermosos y exquisitos higos que han venido muy a punto para nuestra vecindad” o “le agradezco de corazón, querida Hermana, en nombre de toda la Comunidad, el hermoso pescado que nos ha enviado” (c. 354, 421, 462, 573.). Pero la mayoría de las veces era agradecimiento sincero de amor a quienes se habían preocupado por ella, por su hijo, por san Vicente, por las Hermanas o por los pobres, como le escribe a Sor Isabel Hellot que había cuidado a su querido y único hijo Miguel, que había contraído una enfermedad grave mientras ella establecía a las Hijas de la Caridad en el hospital de Nantes: “Aunque ha sido usted la que ha cuidado a mi hijo mientras estaba enfermo, estoy muy agradecida a todas las Hermanas y les agradezco de corazón su afecto que nunca mejor que en esta ocasión, la más sensible para mí, hubieran podido demostrarme” (c. 164). Sus entrañas femeninas se deshicieron durante las revueltas de las Frondas, cuando los desenfrenados soldados se alojaron en casas de las Hijas de la Caridad y, cosa milagros en aquel siglo, las respetaron. Tal fue la emoción que sintió al conocer la noticia, que teme que ella no sepa agradecérselo a Dios y le pide al P. Portail que le ayude a darle gracias a Dios (c. 287).
Por la felicidad que nos traen todos los años estas fiestas navideñas y por vernos libres del contagio de esta pandemia mundial, es una ocasión apropiada para darle gracias a Dios, a los médicos, a las enfermeras y a todas las personas que silenciosamente ayudan a los pobres durante esta terrible pandemia. La acción de gracias que más le agrada a Cristo, porque fue él quien la instituyó, es la Eucaristía, que significa eso mismo, Acción de gracias.
Benito Martínez., C.M.
0 comentarios