“Alégrense, justos, con el Señor”
1 Jn 1, 1-4; Sal 96; Jn 20, 2-9.
En este día del tiempo de Navidad recordamos al apóstol y evangelista san Juan. Es el segundo testigo cualificado de la luz que es Cristo.
Este apóstol es “el discípulo amado”. En la Última Cena reclinó la cabeza sobre el pecho de Jesús. Es también aquél a quien Jesús, antes de morir, al pie de la cruz le encargó a su madre, la santísima Virgen.
Fue el primero en llegar a la tumba vacía del Resucitado y el primero en creer. La piedra removida, el lienzo y el sudario fueron los signos que le llevaron a creer que verdaderamente había resucitado el Hijo de Dios.
La vida de los santos nos anima ahora a vivir nuestra fe, “dichosos aquellos que creen sin haber visto”. Leer este pasaje en plena celebración navideña nos ayuda a entender todo el misterio de Cristo. No se trata de la entrañable escena del Niño que nace, adorado por los pastores y los magos de oriente. Ese Niño es el que, con su muerte y resurrección, nos conseguirá la salvación y la vida. La Navidad, cuando se profundiza, nos lleva hasta la Pascua.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Seminaristas del Seminario Vicentino de Tlalpan, Ciudad de México
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