“Y al instante recobró la vista”
Jer, 7-9; Sal 125; Heb 5, 1-6; Mc 10, 46-52.
En el evangelio de hoy el ciego Bartimeo grita a Jesús para ser sanado, mientras los discípulos lo regañan para que guarde silencio y compostura.
Bartimeo quería algo y lo pidió con todas sus fuerzas, incluso gritando. Jesús no pudo seguir adelante porque había alguien junto al camino que lo necesitaba y que hacía todo lo posible para ser escuchado. Entonces lo llamó y el ciego, arrojando su manto, se puso en pie y acudió enseguida.
Nos encontramos ante una lección perfecta de cómo orar: primero hay que pedir con insistencia y con fuerza para que Jesús venga a socorrernos, y esto hay que hacerlo con la actitud del mendigo ciego, con humildad y confianza. Por fin Jesús obra el milagro con una simple palabra; la fe de Bartimeo, junto con el encuentro con Jesús, ha sido suficiente.
Bartimeo como hombre liberado de su ceguera, con las inmensas posibilidades que la vida renovada le pone por delante, decide seguir a Jesús por el camino, ¡se ha convertido en discípulo! Había comenzado sentado al margen del camino, ahora está participando, siendo protagonista de su propio destino. Está siguiendo a Jesús quien le ha regalado la luz a sus ojos y una nueva vida, y ahora él se la entrega como seguidor suyo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Guillermina Vergara Macip, AIC México
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