“Yo he venido a traer fuego a la tierra ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo¡”
Rom 6, 19-23; Sal 1; Lc 12, 49-53.
Su palabra hace arder los corazones, se acerca amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados.
Lucha contra todo lo que hace daño al ser humano, combate los formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad ni su inmenso deseo de hacer el bien. Por todo ello, a Jesús nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de “lo correcto”.
Jesús enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino tensiones y enfrentamientos. En realidad, introduce el conflicto en nuestro propio corazón, porque Jesús nos está llamando a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los primeros seguidores lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos. ¿Dónde es posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Cuándo arden nuestros corazones al acoger su Evangelio?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Guillermina Vergara Macip, AIC México
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