La semana pasada presenté una meditación sobre la vocación vicenciana, la completo con otra meditación sobre la vocación con la que nace todo ser humano, la de incorporarse a la Humanidad de Jesucristo, aunque su dimensión humana quede ensombrecida por querer asegurar su divinidad. Jesús divino oscurece al Jesús hombre del evangelio que nos reviste de su Espíritu para que nos incorporemos a su Humanidad. Jesucristo toma la humanidad en el seno de María el día de la Encarnación y se hace visible con su nacimiento en Belén.
Incorporarnos a la Humanidad de Jesucristo es clave en la espiritualidad moderna, porque existe el peligro de formular los valores cristianos a partir de definiciones, «la oración es esto, la pobreza esto otro, el amor fraterno tiene tales características». Pero qué es la oración, la pobreza o la fraternidad, solamente lo sabemos al contemplar cómo las vivió Jesús. Santa Luisa de Marillac escribía a las Hijas de la Caridad: “De él aprenderán los medios para practicar las sólidas virtudes que su santa Humanidad ejerció desde su Nacimiento en el pesebre. De su Infancia alcanzarán cuanto necesiten para llegar a ser verdaderas cristianas y perfectas Hijas de la Caridad” (c. 712). Y meditaba que el Espíritu Santo llena a las Hermanas del amor a la Humanidad de Jesucristo y las empuja “a la práctica de sus virtudes” (E 67), ya que la verdadera vida espiritual de una Hija de la Caridad consiste en vivir su espíritu practicando la humildad, la sencillez y el amor a la humanidad de Jesucristo, que es la perfecta caridad (c. 420). Al incorporarnos a la Humanidad de Cristo, nos convertirnos en él, sin creer que todo lo que Jesús vivió lo podemos reproducir nosotros. Se trata de identificarse con su espíritu, y, al identificarse con Jesús, la Hija de la Caridad se transforma en él y los pobres al verla no ven a una mujer sino a Jesús.
Es tradición animar al “seguimiento y a la imitación de Cristo”[1], san Vicente de Paúl, sin embargo, prefiere animar a “revestirse del espíritu de Jesucristo”. En «el seguimiento o en la imitación» parece que el acompañante y el modelo están fuera del discípulo que quiere ser como Cristo, mientras que revestirse sugiere ser otro Cristo, es transformarse en Cristo que asumió la condición humana, tuvo una historia como la nuestra, se entregó a una causa con éxitos y fracasos y por ella dio su vida. La vida vicenciana nos incorpora a la Humanidad de Jesús, hombre igual a nosotros en todo menos en el pecado, en el cual habitaba la plenitud de la divinidad y es el modelo único de nuestra vida vicenciana. “Este pensamiento me ha venido después de haber deseado por algún tiempo el amor de la Humanidad santa de Nuestro Señor para verme empujada a la práctica de sus virtudes especialmente la mansedumbre y la humildad, la tolerancia y el amor al prójimo”, escribía santa Luisa (E 67). Jesús fundamenta y encamina nuestra vida, buscó la voluntad del Padre hasta la muerte en la cruz, vivió en una absoluta intimidad con él, siendo adorador del Padre, servidor de su designio de amor y evangelizador de los pobres. Bajo estos aspectos Jesús nos enseña el amor, nos anima a luchar por la verdad y la justicia, y da sentido a nuestra opción por los pobres.
San Vicente y santa Luisa pusieron la humanidad de Jesús en el centro de la vida espiritual. San Vicente lo resume en un consejo que dio al joven P. Durand: en cada momento pregúntate que haría ahora Jesús (XI, 240). Y santa Luisa en el de “honrar a Nuestro Señor Jesucristo por la práctica de las virtudes que su santa humanidad nos ha enseñado por sí misma” (c. 500). Para convertirnos en Jesucristo hay que conocer su vida, desde que nace en Belén hasta que muere en Jerusalén, y saber por qué y para qué vivió de aquel modo. En los evangelios, podemos conocer a Jesucristo humano siguiendo a san Juan: «Les anunciamos lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y nuestras manos han palpado acerca del Verbo que es vida» (1Jn 1,1). El conocimiento que sacamos de los evangelios es más que un estudio cristológico y bíblico, es un encuentro en la oración contemplativa. Se trata de conocer al Señor «experimentalmente», como un discípulo y no como un investigador. La cristología católica va más allá de la razón, es contemplativa, de experiencia y nos lleva a revertirnos del Espíritu de Jesús. San Pablo nos habla de una «sabiduría escondida venida de Dios», que le reveló el conocimiento del Señor por el que tuvo todo lo demás por pérdida (Ef 1,9; Ga 1,16; Flp 3,8).
Poder imitar la vida de Jesús anima a las Hijas de la Caridad a un contacto constante con los evangelios, que nos acercan todo el año al Jesús de la navidad y de la pasión. En los Evangelios, las Hermanas descubren las semejanzas del contexto histórico en que Jesús realizó su misión, con el contexto histórico de la sociedad moderna en las que desarrollan su servicio y su vida espiritual. La figura de Jesús Hombre en los evangelios tiene plena actualidad en un mundo que sufre el hambre, la intolerancia, los fanatismos. Jesús es invisible, porque su cuerpo humano se transformó con la resurrección, pero está próximo a quienes le invocan, un Jesús que dejó una herencia incorruptible: “La paz os dejo, mi paz os doy; no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14, 27). La paz en el corazón del hombre sigue una antigua sentencia: cuando somos jóvenes queremos cambiar el mundo, cuando somos personas maduras y vemos que esto es imposible, pensamos cambiar nuestro alrededor y después de años, vemos que también esto es imposible y ya solo intentamos cambiarnos a nosotros. Parecido a lo que pide el Papa Francisco, cuando llama a reformar la Iglesia empezando por cada uno, «sin prejuicios ideológicos ni rigideces».
[1] Modernamente ha brotado una discusión tonta: si se debe preferir seguimiento a imitación. Tonta, porque ya san Agustín exclamó hace siglos: “Quid est enim sequi nisi imitari?” Pues ¿qué es seguir sino imitar? (De sancta virginitate, 17).
P. Benito Martínez, CM
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