Mis cincuenta años con las Hijas de la Caridad

por | Ago 27, 2021 | Confraternidades, Formación, Reflexiones, Víctor Martell | 0 comentarios

La primera vez que conocí a las hijas de la Caridad fue en Cuba en el Santuario de San Lázaro una iglesia que estaba en un pueblecito de las afueras de La Habana que le llaman Rincón, ya era grandecito por lo que puede observarlo todo, una amiga de mi madre que nos acompañaba era amiga de las Hijas de la Caridad y nos llevaron al leprosorio, en verdad me quede asombrado como ellas limpiaban las grandes llagas, malolientes  de los pacientes sin denotar en su cara ningún asco, al contrario a pesar de mis cortos años les vi el rostro como iluminado. Más tarde me pidieron en el colegio una “composicion”, ya estaba mayorcito y me gusto hacerla de las Hijas de la Caridad por lo que me traslade a la Casa de Beneficiencia que estaba en San Lazaro y Belascoain, lo que mas me llamo la atencion era que habia una puertecita pequeña por la calle Belascoain que le decian el “torno”, alli la mujer que, por razones económicas o por la deshonra de haber cometido un desliz, se veía imposibilitada de ocuparse de la atención del hijo, podía entregarlo a aquel establecimiento sin tener que dar la cara o revelar la identidad. Todos los niños que allí se criaban le ponían el apellido “Valdés”.

Esas fueron  mis experiencias en Cuba pero la Compañía de las Hijas de la Caridad fundadas por San Vicente de Paul con la colaboración de Santa Luisa de Marillac, en 1633 nace en la iglesia para que todos sus miembros se dediquen enteramente al servicio y a la evangelización de los pobres. Esta es su vocación y su misión. Miran a Jesucristo como su inspiración suprema y tratan de seguirle e imitarle esforzándose en conseguir las virtudes apostólicas de la humildad, la sencillez y la caridad.

No quiero hablarles de todo lo que han realizado en muchos países del hemisferio, esa es una gran  historia, la cual duraría mucho, ni de las grandes heroínas, estas mujeres renuncian a la vida normal y se dedican a ser pobres para ayudar a los pobres. No puedo olvidar a Rosalía Rendú la que indujo a Federico Ozanam que fundara la Sociedad de San Vicente de Paul, ni a Elizabeth Ann Seton y su labor en Maryland y su entrega absoluta curando y velando por los heridos durante la guerra civil, se estima que esas hermanas atenderierón a más de ochenta mil enfermos y heridos en menos de tres años,

En Septiembre del 2004 le hice una entrevista a Sor Hilda Alonso la que en aquel momento era la Directora de las Hijas de la Caridad, misión de Miami, Florida en los Estados Unidos,. Para la revista Vincentians que se editaba en Miami. Ella había venido de Cuba y en el 1971 el Arzobispo  Coleman Carroll las llamo para que atendieran al exilio cubano y en el pasar de los años a inmigrantes de otros países que por una u otra razón abandonan sus tierras con el anhelo de una vida mejor. Ya yo la conocía pero en aquella entrevista dejo en mi corazón un amor eterno por las hijas de la caridad, su dulzura, su hablar, parecía que estaba hablando con una santa, desafortunadamente no pude repetir otra entrevista porque ella se encuentra al lado del Señor intercediendo por todos los que de una u otra manera atendemos a los pobres.

Ella me contaba que nunca las hermanas dejaban de atender a quien tocaba su puerta, siempre trataban de ayudar porque  “Es Cristo quien toda a la puerta.”

Cuatro veces al año tenían en la misión actividades con las Antiguas Alumnas de nuestros colegios en Cuba.

Desde los comienzos de la misión de las hijas de la caridad en Haití 1972-73 ayudaron en lo posible enviando por vía aérea alimentos, medicina y ropa. Por vía marítima desde el 1981 hasta el 2002 se han enviado mensualmente un contenedor con alimentos, ropa y medicinas hasta el año pasado. En el 2003 dadas las dificultades que presento el gobierno para entregarlos envían un contenedor cada dos meses.

A la isla de Cuba desde nuestra salida en 1961 hemos ayudado en algunas necesidades. A partir de 1994 intentamos por vía marítima enviar contenedores con artículos de hospital, alimentos y ropa, lo que se ha logrado “contra viento y marea” hasta seis u ocho cada año.

Desde nuestra llegada a esta ciudad de Miami hemos tratado de vivir y hacer efectivo nuestro lema: “la caridad de Jesucristo nos apremia”.

Esta conversación fue muy larga pero ella solo quería que hiciera resaltar,  muy  poco de lo que hizo en vida por los pobres, su humildad, no le permitía que yo hiciera gloria de ella ni de ninguna de las hermanas,  porque ellas estaban únicamente cumpliendo con su deber.

Felicidades hermanas en sus cincuenta años, yo las he visto, yo las admiro y rezo por ustedes diariamente y sobretodo porque aparezcan más mujeres que quieran consagrar su vida a los pobres, perdón: a Jesucristo.

Por Víctor Martell

 

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