La semana pasada indicaba que Dios es un Padre que está en los cielos. Esta semana podríamos meditar que también camina a nuestro lado por la tierra. La Biblia narra el esfuerzo que hace Dios por caminar al lado de los hombres desde el tiempo en que paseó con Adán por el Edén. Tan apasionado era su deseo que se hizo hombre en Jesús para poder caminar con los hombres como un hombre en la vida[1].
San Pablo indica que Dios quiere caminar a nuestro lado, porque nos ama, y hace notar que fuimos amados “cuando aún éramos pecadores”[2]. La criatura no es amada porque existe, sino que existe porque es amada. Es un amor gratuito, que alcanza al hombre pecador alejado de Dios. No hay más Dios que el Dios que camina al lado de los hombres, y no hay más hombre auténtico que el que permanece, guiado por el Espíritu Santo, al lado de Jesús que invita a los suyos a permanecer a su lado y a vivir en plena comunión con él y con su mensaje, porque quien le come vivirá por él (Jn 6,57).
Jesús camina a nuestro lado como un amigo. Al lado de Jesús nuestra confianza crece, la alegría nos inunda, relativizamos nuestras tragedias personales y superamos miedos e inseguridades. Porque quien experimenta la presencia de Dios en la vida, vive lleno de esa alegría que se manifiesta en el rostro, en la “cara de redimidos” que Nietsche echaba de menos en los cristianos. “¿Dónde está, muerte, tu victoria?” (1Co 15,22)
La fuerza en la vida a un cristiano se la da sentir que Dios camina a su lado, le ofrece perdón y amor y le empuja a amar a los otros. A quien camina a su lado Jesús le comunica “todo lo que ha oído al Padre”. Jesús no tiene secretos para él y quiere que medite lo que a través del Espíritu va poniéndole en el corazón. Así, cuando hable de Dios a los demás, hablará de lo que ha visto y oído. No importa el momento, el lugar o la situación para testificar lo grande que es Dios y lo mucho que hace en nuestra vida. Lo malo es que, después de un tiempo, ese sentimiento se va enfriando y nuestra vida espiritual se va secando. Tristemente, Jesús ya no ocupa el primer lugar en nuestra vida y, sin darnos cuenta, nos volvemos cristianos simplemente creyentes. Nos hemos olvidado de por qué o para qué estamos aquí. Hemos olvidado que Dios camina con nosotros y quedamos dominados por la tibieza como apatía espiritual, vaciedad, insensibilidad al pecado y dureza de corazón.
- Como apatía Espiritual: falta de interés hacia los asuntos de Dios, sentimientos apagados, pasividad, rutina, hacer de forma mecánica y rutinaria la oración, la convivencia, el servicio, las reuniones. Lo opuesto a la apatía es el compromiso. Estar comprometido con Jesús significa vivir apasionados por su servicio y su Reino.
- Como vaciedad: Cuando sentíamos a Dios caminar a nuestro lado, teníamos sed de su presencia, de oración, pero estos sentimientos se han ido apagando poco a poco, y nos sentimos vacíos, en soledad, con pocas ganas de hacer algo por los otros. Vamos viviendo cada presente sin preguntarnos el para qué de nuestra vida.
- Como insensibilidad al pecado. Lo que antes considerábamos malo, ahora lo vemos normal. Cuando sentíamos a Dios caminar a nuestro lado, cualquier mala actitud nos hacía sentirnos mal, sin ese sentimiento nuestra conciencia se endurece.
- Como dureza de corazón por las necesidades de los demás; el dolor de quien sufre no nos conmueve, nos hemos endurecido, insensibles a la presencia de Dios en los pobres.
No sentir que Dios camina a tu lado se ha ido tejiendo lentamente a través de meses y años sin darte cuenta de lo que pasaba. Pero recuerda que puedes volver a sentir que Dios camina a tu lado por medio de la oración, la lectura espiritual, en especial del evangelio, y la celebración de los sacramentos. Abre la puerta a lo positivo, pon cerco a lo negativo y aprende a vivir con amor y humildad. Es un viaje para toda la vida, acompañado por otra persona que te ayude a discernir los cuatro movimientos:
- Conocer el carácter, sentimientos, actitudes, reacciones.
- Reconciliarse con lo que nos rodea como parte de un proceso hacia la plenitud.
- Autoestimarse y sentir la alegría de ser uno mismo con valores y limitaciones.
- Amor incondicional para dar, aceptar y construir proyectos comunes.
Hemos de crecer en el deseo de sentir que Dios camina a nuestro lado, gozamos de su presencia y nos relacionamos con él íntimamente. La vida se encarga de experimentar la ilusión de sentir que no vamos a la deriva por casa ni por la calle, aunque no seamos lo que hubiéramos querido ser. Hemos perdido tiempo y hemos derrochado dones y gracias. Pero Dios permanece fiel y solo nos pide que lo acojamos a nuestro lado con humildad. No seremos el discípulo modelo que nos hubiera gustado ser, pero podemos ser el discípulo débil en el que Dios irradia amor y gracia. Y ese es el final del crecimiento espiritual. Se trata de una segunda conversión, como la llamó Luis Lallemant[3], contemporáneo de san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac.
P. Benito Martínez, CM
[1] Los Obispos Españoles en Dios es Amor (n. 36, 37)
[2] 1Jn 4,9-10; Ga 3,13; 2Co 5,21; Ro 5,8.10.
[3] Louis LALLEMANT, La doctrine spirituelle, DDB, 1959; Javier GARRIDO, Proceso humano y Gracia de Dios. Apuntes de espiritualidad cristiana, Sal Terrae, Santande1996, p. 375s. François-Regis WILHÉLEM, Dociles à l’Esprit, Éd. des Béatitudes, CORDES 2004, p. 40s.
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