En la cotidianeidad y cuando menos lo esperamos, recibimos un regalo. Eso me acaba de pasar, una tarde normal de entre semana, un paquete encomendado para entregar a una señora de 94 años, favor que hacía con mucho gusto. Lo que no imaginé es que ella, que vive sola y se cuida mucho del COVID, saliera a saludarme. De pronto me dijo:

—¿Quieres que te de la Bendición?

—Claro que si —le contesté. E incliné la cabeza.  Me bendijo y se le humedecieron los ojos, luego me dio un abrazo largo y fuerte.

En ese momento sentí algo muy especial, como si mi propia madre y mi abuela bajaran del cielo a darme ese abrazo a través de Zalmita, la viejita que tenía enfrente. Me conmoví hasta las lágrimas. Hace muchísimos años que murieron mis padres y abuelos y la sensación fue de una conexión extraña. Me hacía mucha falta un abrazo, y me di cuenta de que, aunque paso la vida sin detenerme a pensar nunca en ello, cuando recibo la Bendición de una persona mayor, me doy cuenta de la falta que hace y lo rico que se siente, llega al alma.

Pero hay más, la Bendición viene desde lo alto, viene de Dios a través de la persona que la dá. Es una forma hermosa de decirte estoy contigo, te deseo lo mejor, que te vaya bien, vas cuidada por tus ángeles, mi cariño y mis oraciones contigo…   Es un regalo.  El resto de esa tarde me quede reflexionando y orando. El Misterio de Dios es maravilloso y habla de muchas formas, te pone en ocasión de hacer un alto, grande o pequeño en tus actividades para que sepas que está ahí. Nos invita a sus discípulos a sentirlo en el día a día, nos acompaña, nos ve, nos cuida. Nos da un espacio para hacer silencio y poder orar al sentir su presencia.  La lección es estar atentos, abrir ojos y oídos. Escuchar con la mente y con el corazón y creer en lo que escuchamos. Tal vez nos pide que revisemos nuestro proyecto de vida, tal vez nos da consuelo, tal vez nos pide paciencia o algo en específico, o simplemente nos manda un regalo.

Nosotros también debemos, como cristianos, hacer sentir bien al prójimo y demostrar nuestro cariño, buenos deseos e interés dando la Bendición. No solo a nuestros hijos o cercanos, ampliemos el círculo a todos los que se dejen y sintamos que la necesiten. Podemos hacer la diferencia en el ánimo de esa persona. Además, es una forma de orar por los demás. Si no la podemos dar físicamente, démosla con el pensamiento y con el corazón.

Erika Warnholtz C.
Catequesis Especial Vicentina.

Etiquetas: coronavirus

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