En el envío de dos en dos
Am 7, 12-15; Sal 84; Ef’ 1, 3-14; Mc 6, 7-13.
Te agradezco, Padre, porque nunca me dejas ni olvidas, porque siempre vas junto a mí en la cotidianidad de mis días.
Gracias porque la oportunidad me la das con cada despertar, aunque la mayoría de las veces pareciera no darme cuenta. Gracias porque son muchas las formas y maneras en que te me acercas y nunca te has cansado de que yo no siempre te descubra y pase de largo.
Te pido me ayudes a dejar de ser “sólo teoría”, para “poner en práctica” todo cuanto de ti he aprendido; no sólo de tu vida cuando estuviste físicamente en la tierra, sino lo que he aprendido, visto y oído de quienes han vivido como tú a lo largo de la historia. Te pido ser dócil para poder ser “obrera” de tus campos, aquí, en mi día a día, sin buscar reconocimientos, sino simplemente por estar contigo a través de los demás. Me ofrezco, Padre, a estar dispuesta para que cuando me envías de dos en dos como a los apóstoles, no ponga “peros” a mis compañeros de camino; que aprenda a acogerlos como yo quisiera ser acogida; que aprenda a ser complemento más que a ser obstáculo; que aprenda a valorar y disfrutar el trayecto sin aferrarme a lo que va quedando detrás y sin obsesionarme por llegar al punto de encuentro, recordando que tú siempre vas con nosotros en el camino, y que nos has dado la fuerza del Espíritu Santo para que nos sostenga.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Raquel Estrada Díaz.
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