“No he venido a abolir la Ley sino a darle cumplimiento”
2 Cor 3, 4-11; Sal 98; Mt 5, 17-19.
Si la religión no sirve para hacer más feliz, libre y digna la vida de los hombres, entonces no tiene razón de ser. Al parecer, la anquilosada tradición judía se había olvidado de esto; la Ley de Dios, aquel pacto de amor entre Yahvé e Israel, se había convertido en cadena, en yugo para el pueblo.
Cuando Jesús declara en el evangelio de hoy que su intención no es borrar la Ley (que era el fundamento de toda la tradición judía), sino darle plenitud, quiere decir que pretende llenar de verdad toda la experiencia religiosa de los hombres; que quiere volver a su razón primera la relación del hombre con Dios, devolverle al ser humano la dignidad de hijo, de interlocutor que puede hablar y ser escuchado, que puede acceder al misterio de Dios para encontrar respuestas y caminos en su vida.
Dios no quiere relacionarse con esclavos, sino con hijos libres que se saben amados e impulsados a ofrecer ese mismo amor que reciben.
Por ello la Ley se resume en el amor, dirá Jesucristo. El proyecto último de Dios para sus hijos es que vivan de su amor y en su amor.
“Ama y haz lo que quieras” (S. Agustín).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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