El día 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, fecha en que miles de personas de todo el mundo salen a la calle para manifestarse a favor de la igualdad de género y luchar por los derechos de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad. Este año, las delegaciones del Gobierno de España son partidarias de restringir las manifestaciones que desean organizar diferentes agrupaciones feministas. Igualmente el Ministerio de sanidad recomienda evitar las concentraciones en las calles y los partidos políticos discuten cómo compaginar la protección de la salud y el derecho a manifestarse, pues todos los seres humanos, ricos o pobres, tienen unos derechos que defienden con tesón. Baste recordar que los franceses se levantaron en 1789 exigiendo los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad y formularon los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en abierto conflicto con la jerarquía eclesiástica, que hasta el siglo pasado ungía a los reyes absolutistas como personas sagradas. Los trabajos en pro de la democracia desembocaron el 10 de diciembre de 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Sin embargo, todavía se manifiestan en las calles para afianzarlos en su totalidad o para hacerlos universales.
Jesús respetaba los derechos de justos y pecadores, porque a todos consideraba hermanos suyos e hijos del mismo Padre. La Hija de la Caridad guiada por el Espíritu Santo se considera su defensora y acoge a los pobres, que confían en que ella respete y defienda sus derechos. Las Hermanas consideran a Jesucristo como “la Regla de las Hijas de la Caridad y al que se proponen seguir tal como la Escritura lo revela y los Fundadores lo descubren: Adorador del Padre [ellas son sus embajadoras], Servidor de su designio de Amor [para dar amor y solo amor], Evangelizador de los pobres [defendiendo sus derechos]” (C. 8a). Si sometiéramos el servicio de las Hermanas a una evaluación, no saldrían reprobadas, porque defienden los derechos de los pobres con la humildad, la sencillez y la caridad de su espíritu vicenciano, el Espíritu de Jesucristo, del que se revisten para convertirse en él.
Mentalidad que santa Luisa lleva hasta la consecuencia más atrevida y concluye que, si las Hermanas se han convertido en Cristo, cuando defienden los derechos de los pobres, estos no debieran ver en ellas a una mujer, sino al mismo Cristo (E 98). Es lo que afirma san Pablo, cuando dice que somos, “embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros” (2Co 5, 20). Dios envía a las Hijas de la Caridad al mundo de los pobres, que no han descubierto la bondad de Dios, porque su situación dolorosa les impide sentir que Dios defiende sus derechos humanos como un Padre.
Para poder defender los derechos de los pobres, la Compañía ha tenido que ajustarse a un mundo cada vez más complejo que abre muchas ocasiones para encontrar a los pobres, pero también levanta muros que entorpecen defender sus derechos, quedando diluidas en una cultura global y uniforme que las asimila a cualquier institución religiosa u ONG social. Para abatir este muro y afianzarlas en su identidad de defensoras, la Asamblea General de 2009 las animó a “ahondar en la pertenencia a la Compañía y hacerse responsables de la Compañía del futuro, manteniendo viva la llama del carisma y estimulando el crecimiento en la vocación de Hija de la Caridad”.
La Hija de la Caridad tiene que respetar su identidad, pero tiene que ser creativa de acuerdo con los nuevos tiempos y trabajando en equipo con las distintas ramas de la Familia Vicenciana. El diálogo las lleva a manifestar el respeto que tienen a los derechos de los pobres. Dialogar es valorarlos, aceptar las diferencias y construir puentes. Aunque sean distintos los enfoques y diferentes las interpretaciones, respetan sus derechos. La escucha es un acto de respeto mutuo que ayuda a superar las dificultades y da luz a la evangelización de que “Jesús ha resucitado». Había muerto, pero ha vencido a la muerte. Jesús es el único hombre que ha logrado realizar esta hazaña. Y antes de subir a los cielos nos dejó su testamento: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,16-20). Promesa que nos lanza a evangelizar respetando los derechos de todos en esta sociedad indiferente a la fe, si dejamos al Espíritu Santo que ponga en nosotros la misma oración de Jesús, su misma confianza en el Padre, su compasión, sus virtudes especialmente la humildad, la sencillez y la caridad, necesarias para respetar los derechos de los pobres.
P. Benito Martínez, CM
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