He recibido varios correos pidiéndome que, así como he expuesto la Pastoral vocacional en la Congregación de la Misión, la exponga en la Compañía de las Hijas de la Caridad para meditarla durante este tiempo en que el Covid-19 nos encierra en casa.
Para la Asamblea General de 2009, las Hijas de la Caridad propusieron “hacer más dinámicas la pastoral juvenil y vocacional, a fin de ayudar a las jóvenes a tomar conciencia de su responsabilidad en la Iglesia, a comprometerse en el servicio de los desfavorecidos y a abrir nuestras comunidades para permitir que otros vivan experiencias de oración y de servicio a los pobres”. La pastoral vocacional es urgente también en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Baste citar dos autoridades. Sor Juana Elizondo, siendo Superiora General, escribió: «Signo importante que muestra nuestra estima por la Compañía, es buscar nuevos y buenos sujetos para ella, a fin de que los pobres sigan gozando de los servicios a que son acreedores». Y las Constituciones dicen: «Según lo recomendado por el mismo Cristo, las Hijas de la Caridad oran, para que Dios envíe obreros a la mies» (C. 59).
Hay que despertar a las jóvenes para que se enamoren de una vocación que dé sentido a sus vidas, sirviendo a los pobres, aunque pueda desanimarlas ver que en la sociedad actual las Hijas de la Caridad no son lo que eran. A mediados del siglo XX en España algunos años entraron en la Compañía cientos de jóvenes en las varias tomas que hacían cada año, con la ilusión de ayudar a tantos necesitados como había después de la guerra civil española y de la segunda guerra mundial. Se añadía el auge del feminismo y el deseo de muchas jóvenes de ocupar puestos relevantes en el mundo y que no podían alcanzar en los pueblos, a no ser entrando en una Congregación religiosa, y mejor aún si, como en las Hijas de la Caridad, no exigían “dote”. El gobierno español las consideraba, al igual que al ejército, la sanidad y la educación, una institución gubernamental a la que entregaba la beneficencia.
Hoy todo ha cambiado. La gente ni se fija en ellas. Son pocas y no hacen sombra a las seglares en los trabajos, aunque sean seguros y bien remunerados. Los gobiernos e instituciones civiles tampoco las necesitan, pues sus puestos son ocupados al instante y su salario es equiparable al de otras empleadas seglares que trabajan tan eficazmente como ellas. Se añade que hoy las jóvenes pueden encontrar en el mundo el protagonismo que antes solo alcanzaban en las instituciones religiosas, y las escasas jóvenes que asumen ser Hijas de la Caridad ven que su vocación causa irrisión en otras chicas.
La pastoral vocacional empieza por examinar si la Compañía responde a los retos de la sociedad actual y si se ha desviado de su carisma. La escasez de vocaciones y la edad avanzada de muchas Hermanas pueden llevar a la conclusión de que la Compañía ha abandonado el Espíritu de los fundadores o no ha sabido integrarse en el mundo moderno, y si Dios no la necesita, a pocas jóvenes dará el carisma-vocación de Hija de la Caridad. Porque el número de vocaciones es proporcional a la necesidad que la Iglesia y los pobres tienen de la Compañía en cada época y lugar. Y si es así, ¿la Iglesia y los pobres necesitan hoy a las Hijas de la Caridad? El objetivo de ayudar a los pobres acaso lo abarquen otras instituciones civiles y congregaciones religiosas, pero las Hijas de la Caridad se comprometen a ir a los lugares más ingratos con un espíritu de humildad, sencillez y caridad. Objetivo que ven las jóvenes, cuando las Hermanas se arriesgan a ir a periferias abandonadas y se manifiestan como consagradas a Dios con las virtudes propias de su espíritu. Ayudar a los pobres está de moda, lo hacen los políticos y los gobiernos, pero lo hacen por ganar votos, por un salario o por educación social.
Una Superiora General, Sor Évelyne, afirmaba que “somos conscientes de que las jóvenes quieren saber quiénes somos, qué nos impulsa a servir a los pobres, cómo vivimos, qué es lo que esperamos”. Las jóvenes no entran en la Compañía buscando protagonismo ni comodidades, las tienen en esta sociedad feminista que las empapa de independencia y de ansia de protagonismo y de igualdad entre hombres y mujeres. Para atender a los pobres existen muchas congregaciones y movimientos seglares. Lo que buscan es vida espiritual y un servicio que sea audaz y creativo. No hay crisis de vocaciones, sino de respuestas apropiadas a las ansias de Dios y de arrancar la pobreza. A pesar de haber vivido hace siglos, Jesús responde mejor que las Hijas de la Caridad a las esperanzas de las jóvenes de hoy, que buscan respuestas que no encuentran en el mundo y quieren encontrarlas en una Compañía válida para este siglo.
La pastoral vocacional compete a todas las Hermanas
Si el Espíritu divino fundó la Compañía y la conduce, es lícito aplicar a la Compañía lo que el Concilio Vaticano II dice de la Iglesia: que el Espíritu Santo la gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos y la renueva incesantemente (LG 4). Si el Espíritu Santo dirige la Compañía, dirige a los superiores y a las Hermanas particulares, según su función y su puesto. El carisma y el Espíritu residen en cada miembro de la Compañía, desde la Superiora General hasta la última Hermana que acaba de ingresar en el Seminario.
Es fácil traspasar las obligaciones de la pastoral vocacional a los superiores, a pesar de ser las Hermanas quienes están en contacto con las jóvenes, descubren sus ansiedades y las acompañan. Lo exponía Sor Juana Elizondo, siendo Superiora General, en la circular del 2 de febrero de 1999: «La Compañía no es un cuerpo independiente de sus miembros que deben trabajar por su existencia, su construcción, su evolución y su perfección. Nada se consigue con criticarla y sembrar la desesperanza, al contrario, podemos con ello contribuir a un deterioro mayor. San Vicente se lamenta de aquellas que, “en lugar de amarla, la descuartizan… Hay que amarla y preferirla, como se ama y se prefiere a la propia madre, aunque sea legañosa». La Pastoral Vocacional es costosa y no sería la primera Hermana que se derrumbara. Una preocupación de santa Luisa fue el gran número de Hermanas que abandonaban la Compañía. ¡Cuántas veces tuvo que consolarla san Vicente! Y confortada, animaba a las Hermanas: “¿No encuentra usted chicas que tengan ganas de servir en la Compañía a Nuestro Señor en la persona de los Pobres? Ya sabe usted que las tenemos de más lejos” (c. 717). La Compañía no ha nacido para conservarse como una joya en un estuche, es expansiva (c. 316 y 14. Hay dos cartas de santa Luisa a san Vicente y dos borradores para enviárselos a él, que señalan claramente estas ideas: c. 374 y 394, y E 81 y 101).
La postura que toman las Hermanas ante la juventud durante el acompañamiento depende de la imagen de Compañía que albergan en su interior. La pertenencia a la Compañía está empapada de dos fuerzas: la autodefensa conservadora y la dinámica expansiva. La primera quiere conservar la identidad que le dieron los fundadores, y la segunda, quiere ser creativa de acuerdo con los cambios del mundo en cada época. Las Hermanas defienden una u otra fuerza, como la mejor para los pobres. La invitación a seguir a Jesús es clara, pero genérica: “El que quiera seguirme…” (Mt 16,24). La respuesta que da quien le sigue se apoya en una serie de circunstancias personales, familiares y sociales de las que Dios se vale como mediaciones para llamar a una persona a una vocación determinada. Una chica suele sentir un primer impulso hacia los quince años y necesita a alguien que la acompañe en la maduración de esa vocación, ya que por lo general el llamamiento divino no está expresado claramente y la llamada divina admite diversas respuestas humanas. Dios respeta la decisión que toma una joven, sea la que sea, si la toma en libertad y según la razón de acuerdo con la mentalidad de la época.
P. Benito Martínez, CM
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