La reconciliación sostiene la comunidad

por | Feb 20, 2021 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Los domingos de cuaresma en el ciclo B nos hablan de la reconciliación: Dios se reconcilia con la tierra a través de Noé, con el pueblo escogido por medio de Abrahán, con la humanidad por Jesucristo que la redime. También san Vicente de Paúl habla de reconciliación entre los pueblos, entre el hombre y la naturaleza, y con uno mismo (XI, 698s). La reconciliación sostiene cualquier comunidad, como en las construcciones antiguas sostenía el edificio la viga maestra, y en las modernas el Hierro de doble T. La comunidad es tierra de terremotos, porque en todo grupo humano siempre hay tropiezos, pero la reconciliación nos convierte en amigos que no tienen en cuenta las faltas de los otros, apostando por confiar hasta setenta veces siete, es decir, siempre, en que el agresor cambiará. Lo afirmó Jesús, cuando dijo que “si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano; si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, díselo a la comunidad” (Mt 18, 15s). Al miembro pecador, si se reconcilia con los compañeros, se le deja pasar la aduana y se le levanta la barrera en la frontera comunitaria.

Reconciliación es poner de acuerdo a dos personas separadas por las opiniones o los intereses. Acto de conciliación es lo primero que ejerce el juez en los litigios antes de comenzar el juicio. Conciliar es solucionar una diferencia sin que las partes tengan que ser enemigas; pueden ser amigas. Mientras que reconciliarse es hacer que personas enemigas se hagan amigas. Dos personas pueden reconciliarse, hacerse amigas y continuar en desacuerdo en algunas opiniones o intereses. Luisa de Marillac, siendo joven, tuvo que presentarse en un acto de conciliación con su tío Miguel, tutor de su hermanastra Inocencia, para lograr que le respetaran sus bienes (D 825). Pero continuó relacionándose con su tío como sobrina.

La reconciliación propiamente no se identifica con el perdón, pero lo incluye. Una persona puede perdonar a otra sin admitirla en su amistad. Ni la odia ni tiene rencor ni siente venganza hacia ella, pero tampoco la admite entre sus amigos. La paz es el resultado de la reconciliación y sin reconciliación nunca habrá un Reinado divino en la tierra. Es la idea que expresa santa Luisa, cuando requiere a las Hijas de la Caridad que busquen la unión (c. 15, 115).

La reconciliación puede considerarse como una vivienda a la que nada le falta para poder ser habitada. La llave de la entrada es el perdón. Sin ella nadie puede entrar. Lo enseña Jesús (Mt 5, 23s) y san Pablo lo tuvo presente cuando quiso corregir las divisiones en la iglesia de Corinto y le escribió la segunda carta. Pero el aire fresco que se respira y hace agradable la estancia en la vivienda es la dulzura. Sin ella, sin el amor, los moradores mueren asfixiados. Se ha hecho famosa la frase del film “Monsieur Vincent”, cuando san Vicente le dice a Sor Jua­na: Por tu amor, sólo por tu amor los pobres te perdonarán el pan que les das. Porque el necesitado parece inferior a aquel que le da, y se siente ofendido. La virtud que hace posible la reconciliación es el amor, la dulzura.

Jesús únicamente viene a donde hay entrañas de misericordia (Mt 25,35s). Después de que Jesús partiese, lo repitieron sus discípulos Santiago y Juan: “¿De qué sirve que alguien diga tengo fe, si no tiene obras? ¿Aca­so podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muer­ta” (St 2,14s); “Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3, 17s). Porque la reconciliación en la comunidad, con los pobres y con los colaboradores se alimenta del amor a Dios.

La verdadera reconciliación de una Hermana con Dios reside en la fidelidad constante y diaria a la vocación. Fidelidad que no se reduce a permanecer, a no marcharse ni a vivir la castidad, la pobreza y la obediencia o dar un buen servicio a los pobres, sino que añade la cordialidad por medio de la humildad, sencillez y caridad. Pues muchas mujeres e instituciones religiosas se comprometen con los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia sin ser Hijas de la Caridad y todos los cristianos y la humanidad entera están obligados a ayudar a los pobres. Pero sólo las Hijas de la Caridad se comprometen a servir a los pobres desde la cordialidad comunitaria con un Espíritu de humildad, sencillez y caridad, que componen su identidad y se traducen, dice santa Luisa de Marillac, en la tolerancia, la mansedumbre y la cordialidad.

P. Benito Martínez, CM

 

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