“Jesús le dijo: ¡Sígueme! Leví …lo dejó todo”
Is 58, 9-14; Sal. 85; Lc 5, 27-32.
«Sígueme”: Imán, seducción, atracción. “Se levantó y lo siguió”.
Hay que estar levantándonos para seguir al Señor, una y otra vez, en las distintas etapas de la vida; lo mismo cuando estamos seducidos por Cristo, como cuando estamos decepcionados hasta de nosotros mismos. Su mirada es más fuerte que nuestras circunstancias y él sigue llamando a medio día, en la tarde y en la noche de nuestra vida. ¿Vivo la alegría de ese llamado? ¿Comparto esa alegría por medio del banquete donde él se me entrega como pan? ¿Comparto con otros la alegría de ese encuentro que cambió mi vida?
El llamado nunca termina, es eterno, es interminable e infinito. El Espíritu Santo se encargará de renovarlo cada día, solo nos pide estar dispuestos para acogerlo, para dejarnos renovar, para dejarnos recrear. No importa las veces que haga falta volver a comenzar, Dios nunca se cansa ni se cansará de mantenernos la mirada y tener sus manos dispuestas para sostenernos y acompañarnos. Solo pide que no nos demos por vencidos y estemos dispuestos a levantarnos una y otra vez y sigamos caminando con audacia y confianza.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Gilberto Velarde Osuna
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