“Se le acercó un leproso…”
Lev 13, 1-2.44-46; Sal. 31; 1 Cor 10, 31-11,1; Mc 1, 40-45.
¿Qué tipo de lepra tenemos tú y yo? ¿Aquella que nos corrompe por dentro, o aquella que enferma por fuera? Al menos el leproso del evangelio se sabía tal, y dirigiéndose a Jesús le suplica por su curación. ¿Cuántos de nosotros ni siquiera reconocemos que estamos enfermos –no física, sino espiritualmente–, quizá cerca de Dios en cuerpo, pero lejos y enfermos del alma?
El primer paso es reconocernos con las heridas o llagas que cubren nuestro cuerpo (o el corazón) y el siguiente es, ¡pronto!, acudir a Jesús presentándonos tal cual estamos, con nuestras miserias, y enfermedades del corazón, él nos puede sanar. El tercer paso es publicar lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, quizá muchos acudan también a él. ¡No esperemos más, comencemos con este proceso de sanación!
“Ten piedad de mí, Señor, pues estoy angustiado; mis ojos languidecen de tristeza. Mi vida se consume en la aflicción y mis años entre gemidos; mi fuerza desfallece entre tanto dolor y mis huesos se deshacen” (Sal 31 10-11).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Gilberto Velarde Osuna
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