Cuando estaba en el primer año del seminario, un domingo que tenía libre, salí con algunos jóvenes de la capilla donde realizaba mi pastoral los fines de semana. A la hora del mediodía, nos sentamos a almorzar en un parque. Tenía tanta hambre, que simplemente comencé a comer. De pronto, una de las muchachas dijo: -“bendecimos los alimentos?”-
En realidad, yo lo había pensado, pero estábamos rodeados de gente desconocida y no me animé a hacerme la señal de la cruz; bendecir en ese ambiente y que me vieran hacerlo… Cuando esta muchacha hizo la propuesta, me sentí avergonzado, pues quien se estaba formando para sacerdote era yo… Debería haber tomado la iniciativa.
En el evangelio de Marcos (Mc. 4,21-25), Jesús nos recuerda que es ridículo encender una lámpara para esconderla. La finalidad de la luz es que ilumine… es por eso que se debe colocar sobre el candelero, y no debajo de un cajón o una cama.
En mi bautismo se encendió un cirio que tomó luz del Cirio Pascual. Cirio que encendimos en la noche de la Resurrección del Señor. Estoy llamado no solo a ser luz, sino también a ayudar a despertar aquella llama que un día nació en cada uno. Que la vergüenza, la cobardía, la comodidad, la pereza… no me hagan esconder el tesoro que llevo en mí; vasija de barro, pero sostenido por la gracia de Dios.
P. Gustavo M. González, CM.
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