Hemos entrado en el tiempo que la liturgia llama “tiempo ordinario”. Durante este tiempo Jesús anima a remar mar adentro a quien desee ser discípulo suyo. En el Seminario, una Hija de la Caridad aprende a remar y cada día se entrena para poder seguir a Jesús en su interior. No sigue a Jesús como sigue a un compañero que camina delante de ella por la calle. Este seguimiento material será muy poético, pero nada realista. El seguimiento que la transforma en Jesús lo realiza la Hermana exclusivamente en su interior. El mar del que habla Jesús está dentro de nosotros. Por él navega nuestro barco. El Espíritu Santo va al timón para que nos identifiquemos con Jesús, asimilando sus virtudes y sentimientos y convirtiéndonos en Cristo, de tal manera que, como decía santa Luisa, nuestra vida sea una continuación de la suya. El Espíritu Santo rompe todas las amarras y nos lanza mar adentro con audacia creativa para que ayudemos a los pobres, como los ayudó Cristo por amor. Solo el amor es capaz de convertirnos en Cristo, y si no nos convierte, es que el amor está muerto.
Santa Luisa escribía a las Hijas de la Caridad: “Se necesitan espíritus bien formados que deseen la perfección de los verdaderos cristianos, que quieran morir a sí mismas por la mortificación y la verdadera renuncia, hecha ya en el santo bautismo, para que el espíritu de Jesucristo se instale en ellas y les dé la firmeza de la perseverancia en esta forma de vida, del todo espiritual, aunque sea por continuas acciones exteriores que parecen bajas y despreciables a los ojos del mundo, pero que son grandes ante Dios y sus ángeles” (c. 717). Y san Vicente lo resumía en aquella frase tan conocida: vaciarse de uno mismo y revestirse del Espíritu de Jesucristo.
Solo así, una Hermana es capaz de remar mar adentro en busca de soluciones audaces a las pobrezas nuevas, identificada con Jesús. Esto significa ir más allá, más lejos, más alto que nunca en el mar escabroso de nuestro interior. Escabroso, porque el seguimiento es continuo, de cada instante, según aquela frase de san Vicente: en cada momento pregúntate qué haría ahora Jesús (XI, 240). No podemos dejar de remar, aunque sea monótono. Si dejamos de bogar las olas nos lanzan contra las rocas. Y al ser tan monótono como la vida de cada día, se convierte en rutina la idea de que en todo lo que hacemos estamos siguiendo a Jesús, y no le damos importancia. Bogamos sin pensar a dónde nos dirigimos, y no queremos despertar a Jesús que está dormido en popa.
Tener audacia para ir más allá, más lejos, más alto es soltar las amarras del conformismo que mete miedo a bogar mar adentro, porque obliga a las Hermanas a dar una respuesta al que las manda remara mar adentro sobre la entrega que han hecho de su vida. La respuesta denuncia a las Hermanas mediocres, a las flojas que por desgana no tienen fuerza para bogar, a las perezosas que no tienen interés por avanzar mar adentro, pendientes de las cosas mundanas de la orilla, a las despreocupadas que creen no necesitar ayuda, aunque su vida sea rutinaria. La respuesta anima a una Hermana a salir de la tibieza y llegar a la perfección con la ayuda de Dios y nuestro esfuerzo.
Santa Luisa escribió a las Hermanas de Angers que “no basta ser Hija de la Caridad de nombre ni basta estar al servicio de los pobres en un hospital, aunque esto sea un bien que nunca podréis estimar suficientemente, sino que hay que tener las verdaderas y sólidas virtudes que sabéis debéis tener para hacer bien la obra en la que sois tan dichosas de estar empleadas; sin ello, Hermanas mías, vuestro trabajo os será casi inútil. No pretendo desanimar a las que trabajan lentamente en su perfección, sino que quiero haceros participar en un reproche que Dios hace con frecuencia interiormente a mi flojedad. Tomemos, pues, todas juntas la firme resolución de deshacernos de nuestros propios juicios y quereres, perezas, brusquedades y, sobre todo, de nuestro orgullo que a menudo es la fuente de todas nuestras imperfecciones” (c. 129).
Acaso la situación más peligrosa para una hija de san Vicente sea no soltar las amarras del conformismo que santa Luisa cataloga como la flojedad en que vives y que te lleva a la pereza de tu vida espiritual: “¡Qué miserables e indignas de Dios seríamos si nuestra flojedad nos hiciera faltar a trabajar por la perfección y la fidelidad que Dios nos pide!” (c. 160). Has olvidado tu misión, has olvidado que eres Hija de la Caridad para adentrarte en la mar en busca de los pobres. Y a veces parece que te has quedado en tierra, viviendo la materialidad del mundo, olvidándote que hay pobres que mueren ahogados en el mar; has luchado por hacer una comunidad y piensas que ya has terminado tu tarea y te duermes en la apatía. Pero el Espíritu de Jesús te empuja a remar mar adentro en busca de los pobres y anunciarles una sociedad de justicia de amor y de paz, llamada Reino de Dios. Tenemos los remos de la oración y del Espíritu Santo que nos dice, a través de los acontecimientos de la vida, que debemos “desprendernos del orgullo, fuente de nuestras imperfecciones», aclara santa Luisa. Es la conversión que te convierte a ti en Cristo, y al Hijo de Dios, en el ser humano que eres tú. Aún tiene actualidad lo que decía san Juan de la Cruz, de que al atardecer de la vida te examinarán del amor.
P. Benito Martínez, CM
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