Estado de ánimo (Mc 13,37)

por | Dic 6, 2020 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 0 comentarios

Todos hemos oído la expresión «mood music» [música ambiental, o música acorde al estado anímico]. Se refiere al poder que tiene la música para establecer un tono, movernos a través de diferentes estados de ánimo. Así, el rap nos mueve, nos excita, nos determina; el jazz suave nos frena, nos hace más apacibles, baja la temperatura; una canción de cuna nos hace dormir. Cada una nos lleva a un estado de ánimo particular.

Durante el año litúrgico, los diferentes momentos litúrgicos intentan conseguir lo mismo. Sus palabras, colores y rituales evocan ciertos sentimientos, nos dan un estado de ánimo dentro del cual podemos sumergirnos más profundamente en algún aspecto de la Buena Nueva de Dios. La Pascua, con todos sus toques de nueva vida fresca; la Cuaresma, con sus sombríos púrpuras y llamadas al arrepentimiento; la Navidad, sus brillantes luces que atraviesan la oscuridad.

¿Qué pasa con el tiempo de Adviento que comenzamos recientemente? ¿Cuál es su estado de ánimo característico, el temperamento de su tiempo? Una pista viene en la palabra misma, «ad» que significa hacia, y «vent», que transmite algo que viene… «hacia la venida». Con sus lecturas y rituales previos, el Adviento nos debería hacer prestar atención a lo que está por delante, lo que está en camino y a punto de aparecer. Es la temporada de la espera, de la expectativa consciente y activa.

Incluso el color de Adviento refuerza su significado, una firma mezcla de azul y púrpura con un toque de luz que viene de su centro, un brillo interior que se esfuerza por penetrar en la oscuridad exterior. Es un matiz que lleva el estado de ánimo del Adviento, algo que está a punto de irrumpir.

De ahí la pregunta: ¿cómo podemos abrirnos a lo que está por delante… mejor, a quien está por venir? ¿Cómo estar mejor preparados para recibir el futuro de Dios cuando llegue?

A lo largo de los siglos, los creyentes se han preparado de diversas maneras, por ejemplo encendiendo las primeras luces, o haciendo algún ayuno, o, en nuestra tradición vicentina, alimentando y vistiendo a los hambrientos. Pero hay una práctica de anticipación cuya dirección va en contra de toda esta actividad: callarse, tomar medidas para ir más despacio y simplemente escuchar. El salmo 80 capta el estado de ánimo, «Señor, haznos volver a ti; déjanos ver tu rostro y nos salvaremos». El evangelio de Marcos es más directo: «Estén atentos, estén alerta; no saben cuándo llegará el momento». (Mc 13:33). Sé un oyente de Adviento.

Escuchen los movimientos del Espíritu de Dios en su interior, que pueden venir como débiles murmuraciones e inclinaciones, sutiles infusiones de fuerza y resolución, impulsos internos para perdonar a alguien o acercarse a un extraño. Otra forma de escuchar es la visualización: imaginar la escena de ese pacífico establo de Belén, el cielo lleno de estrellas, los pastores y la pareja sentada allí en silencio, atentos a quién está acostado en ese pesebre, mirando y esperando que la presencia de Dios se muestre en este niño, el Niño Jesús.

Aunque tranquilizarse en esta agitada temporada prenavideña es un desafío, es un paso que vale la pena que demos nosotros, los que escuchamos la llamada de Adviento a estar atentos y cada vez más receptivos a las diferentes formas en que Dios viene entre nosotros. Esto ciertamente significa la llegada de Dios como este pequeño niño. Pero también se encuentra en las invitaciones diarias que recibimos en el curso de este tiempo para ser más generosos y preocuparnos por todo el pueblo de Dios en el mundo.

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