“Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos”
Apoc 10, 8-11; Sal 118; Lc 19, 45-48.
La visión de san Juan, en el texto del apocalipsis de hoy, nos da a entender que Jesucristo no ha venido a poner fin a la historia del pueblo de Israel, sino a darle continuidad con todos los pueblos de la tierra.
La continuidad de la obra de Jesucristo, el hijo de Dios, se realiza a través de la Palabra. Palabra que se nos ha dado a conocer por el anuncio de Jesús, quien nos llama para que seamos testigos y anunciadores de esa Palabra a todos los pueblos y a todas las creaturas.
No se puede manipular ni adulterar la Palabra de Dios, no podemos robar su sentido genuino ni desvirtuar su mensaje original. Para ser testigos de la Palabra, continuadores de la misión de Cristo, necesitamos “tomar el pequeño libro”, las Escrituras y comerlas, alimentarnos de su Palabra y sentir los diferentes sabores que nos hace experimentar, según la situación personal en la que cada uno de nosotros se encuentra al escuchar la Palabra de Dios.
El mensajero, el misionero (cada uno de nosotros), hace de la oración el motor de su acción, la casa de encuentro con el Señor donde la Palabra fluye como alimento, fuerza y horizonte, para cumplir los mandamientos del Señor toda la vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Jesús Arzate Macías C.M.
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