Al inicio de su reciente encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco cita a san Francisco: «sólo el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre».
Plenamente vivo
Cuando me detuve en esa frase, mi mente la relacionó con dos personas. San Ireneo, un teólogo del siglo II, estaba convencido de que «la gloria de Dios es un ser humano plenamente vivo«. Plenamente un hijo o hija de Dios, plenamente una hermana y un hermano para el otro.
Y luego el padre Fred Gaulin, CM. Escuchó a un adolescente preguntándose sobre su vida. Caminó a mi lado mientras comenzaba el necesario proceso de separación de mi padre y mi madre para forjar mi propia identidad como John.
Mientras me escuchaba, noté el respeto que tenía por este adolescente en búsqueda. Comencé a respetar verdaderamente mi singularidad y mis dones. De una manera muy profunda, se convirtió en la clase de «padre» que san Francisco describió. Cincuenta años después, en las mesas de nuestro comedor, instintivamente todavía quería llamarlo padre en lugar de Fred.
Por supuesto, él construyó sobre los cimientos que recibí de mi madre y mi padre desde el momento de mi concepción hasta esa fase. Pero esa es otra reflexión.
Estructuras que apoyan el vivir en plenitud
Tuve la suerte de crecer en un mundo mucho menos polarizado. Es cierto que el mundo en el que crecí tenía su cuota de guerras, racismo tanto tribal como nacional. Los niños que crecen hoy en día viven en un ambiente más enojado e individualista que ha perdido de vista la realización de que somos hijos e hijas, y hermanas y hermanos. Tenemos estructuras y mentalidades pobres que no son propicias para ayudar a las personas a prosperar y a vivir plenamente. El segundo capítulo de la encíclica del papa Francisco pinta un cuadro doloroso de nuestro pueblo fracturado.
Con la visión de los profetas y de Jesús, el papa nos desafía:
“El camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque «nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él», promesa que deja siempre un resquicio de esperanza» (#228).
El Ppapa Francisco nos llama a respetarnos y apoyarnos unos a otros sin importar cualquier diferencia superficial, mientras transitamos para ser más lo que somos a los ojos de Dios.
«¿Qué se debe hacer?»
San Vicente de Paúl, de muchas maneras diferentes, siempre se preguntaba «¿Qué se debe hacer?». Hoy lo denominamos «la cuestión vicenciana».
Podemos sentirnos abrumados por lo que hay que hacer para asegurarnos de que estamos construyendo una aldea que ayude a cada persona a ser plenamente ella misma. Pero podemos aprender de Vicente que siempre hizo lo siguiente para fomentar un pueblo donde todos pudieran florecer. Fue al dar un paso adelante como cambió la faz de Francia.
Así que «¿Qué debo hacer?». Me retrotrae a lo que aprendí de la gente en mi vida. Si podemos escucharnos unos a otros con respeto y creer en lo que es posible, estaremos dando el siguiente paso para que cada uno de nosotros pueda vivir más plenamente.
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