Levantar el Velo (Is 25,6-8; Fil 4,20; Mt 22,1-14)

por | Oct 23, 2020 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 0 comentarios

Una de las imágenes favoritas que se ven a través de las Escrituras es el banquete, el suntuoso banquete desbordante, como lo describe Isaías, con «comida sabrosa y rica, y vinos selectos». Transmite plenitud, un tiempo y un lugar donde la gente no carece de nada, especialmente el amor y la buena voluntad de todos los que les rodean. O en esa tranquila escena del salmo 23, «El Señor es mi pastor. Nada me faltará. En verdes pastos me hace reposar. Me guía hacia las aguas tranquilas».

Pero a esta imagen, Isaías añade otro detalle que pretende inyectar una dosis de realismo en este Paraíso. Menciona un velo que cuelga sobre el lugar y nos corta el acceso a él. Describe una gruesa tela de araña que se cuelga entre nosotros y el banquete, que bloquea la luz y la felicidad que proviene de él.

En términos de hoy, y quizás especialmente durante estas tensas semanas, una palabra que podría sustituir a ese velo es «división»: todos los muros y fronteras que han surgido en y entre grupos étnicos, persuasiones políticas, posiciones religiosas e, incluso, entre familiares.

La parábola de Jesús sobre el banquete de bodas que el Rey quiere dar a su hijo sigue este tema. El Gobernante quiso que fuera una extravagancia con la crema de la sociedad reunida alrededor de su mesa. Pero los invitados estropearon sus planes con excusas poco convincentes para no ir. Hablando de dejar caer un velo (mejor una gruesa manta húmeda) sobre el festín ya organizado. Es esa realidad otra vez, la división, la gente supuestamente unida en un Reino pero caminando rudamente en direcciones separadas.

¿Qué hace el Rey para cortar esta telaraña pegajosa? Sale a las carreteras y cruces y allí invita a todos los que pasan, sin importar su estatus social. Llegan, se llevan bien y se llenan en el banquete. Su audaz movimiento permite a este segundo grupo superar cualquier división entre ellos, para entrar y disfrutar del banquete juntos.

Volviendo a nuestros días y su división. ¿Hay movimientos que nosotros, como pueblo de Dios, podríamos hacer para sanar las divisiones, para cortar los diferentes velos que nos separan, no sólo unos de otros sino también de nuestra entrada en ese banquete celestial? ¿Cuáles son algunos pasos concretos, algunas nuevas acciones y actitudes que aliviarían las rupturas que la mayoría de la gente ve —y especialmente siente— en nuestra sociedad?

El año pasado, los obispos de EE.UU. comenzaron una campaña titulada «Civilízalo: Dignidad más allá del debate«. Una de sus frases dice: «La conversación en la plaza pública está demasiado a menudo llena de ataques personales y palabras que asumen lo peor de aquellos con los que no estamos de acuerdo. Necesitamos sanación en nuestras familias, comunidades y país».

Este movimiento, «Civilízalo: Dignidad más allá del debate» es una llamada a romper uno o más de esos velos y redes de división para honrar la dignidad humana de cada uno, ya sea en línea, alrededor de la mesa de la cena, o incluso en el banco de al lado. Su iniciativa es otra instancia de diferentes esfuerzos inspirados en el Evangelio para retirar esos velos acercándose a nuestras interacciones y conversaciones con, en sus palabras, «civismo, claridad y compasión».

San Vicente no era ajeno a las fuerzas divisorias. Al final de su vida, preocupado por su propia comunidad estresada, reza: «Oh Salvador!, tú que has desterrado de la compañía los actos contrarios a […] la caridad, consérvala en esta cordial unión en que ahora se encuentra, por tu gracia. No permitas que se vea nunca agitada por un soplo de orgullo, ni por el espíritu de división, que la echaría a perder« (SVP ES XI-4, pp. 555-556).

¿Son este tipo de acciones difíciles y complicadas? Sin duda alguna. Requieren determinación, creatividad y fuerza, especialmente la fuerza subyacente que viene de nuestro Dios amoroso.

En un momento de gran presión en su propia vida, san Pablo recurrió a un dicho que puede servirnos bien en nuestro tiempo. Desde la fe, hizo esta afirmación: «Todo lo puedo en Aquel que me fortalece» (Fil 4,13). En estos tiempos divididos, que también nos apoyemos en este mismo pilar de fuerza, el Señor Jesús que promete estar con nosotros todos nuestros días.

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