San Vicente de Paúl, siendo párroco en Châtillon, descubrió que él solo no podía erradicar la pobreza, acudió a las señoras de dinero y fundó las Voluntarias de la Caridad (AIC), pero fracasará, al intentar reunir a los hombres. La sociedad no estaba aún preparada para ellos. Habrá que esperar al beato Federico Ozanam y a sus seis compañeros (Manuel José Bailly, profesor, Federico Ozanam, Augusto Le Tallendier, Francisco Lallier, Pablo Lamache, Félix Clavé, Julio Devaux, alumnos) que, asumiendo las ideas de san Vicente, fundarán, animados por la Beata Rosalía Rendu, las Conferencias de San Vicente de Paúl.

Santa Luisa de Marillac encomia sin tapujos la labor de las Damas: “Las Señoras de la Compañía han conocido las necesidades de los pobres y que Dios les ha otorgado la gracia de poder socorrerlos tan caritativamente que todo París ha quedado admirado, siendo ejemplo para todo el reino. Y si todo esto es patente, ¿no resulta obvio que las Señoras de la Caridad deben continuar sus funciones? Ciñéndonos a la visita a los enfermos del hospital, se ha podido apreciar un grandísimo bien para las almas que han encontrado medios para su salvación; unos han muerto santamente preparados por la confesión general, otros, después de esa confesión, han salido convertidos, y las Señoras han entrado en el camino de la santidad que es la caridad perfecta, practicada a menudo con peligro de su propia vida, habiéndose visto a señoras de alta alcurnia sentadas horas enteras a la cabecera de los enfermos para instruirlos en las cosas necesarias para su salvación y ayudarlos a salir de los peligros en que se hallaban” (E 71). Y pone un motivo curioso de por qué solo son mujeres y no hombres: “La divina Providencia ha querido servirse del sexo femenino para hacer patente que era ella sola quien socorría a los afligidos y les otorgaba una poderosa ayuda para su salvación”. A las feministas no les agradará este motivo. Era el siglo XVII.

Santa Luisa en una carta a San Vicente explica indirectamente que las Voluntarias de la Caridad (AIC) es una asociación parroquial: “Yo había pensado que las señoras más deseosas de esta santa obra fuesen a ver al párroco y le dijeran que, para empezar bien y perseverar, necesitan que haya un buen número de señoras que se asocien para ayudar con dinero lo más que puedan y entregarse con la mejor voluntad a visitar a los pobres enfermos. Al final de la Misa se podrían reunir a las señoras apuntadas, y anunciar que todas las que quieran pertenecer, podrán asistir a la Asamblea en la cual se propondrá el Reglamento que rige en otras Parroquias” (c. 8).

Su labor está dirigida por la caridad, pero es también obra social. La caridad se dirige a las personas necesitadas, mientras que la acción social va a la sociedad en su conjunto para mejorar el status social y las relaciones entre los ciudadanos. La trabajadora social suele trabajar por un salario, mientras que la Familia Vicenciana se dedica a los pobres por solidaridad y por amor de Dios. En Mâcon el ayuntamiento llevaba años intentando solucionar el problema de los mendigos. No lo logró hasta que pasó por allí Vicente de Paúl y en unos meses lo solucionó, por medio de las Voluntarias (la AIC).

Los pobres, hoy día, ciertamente están en los escasos pueblos pequeños que aún existen aislados, pero la mayoría de ellos así como los migrantes van a las ciudades donde las instituciones estatales y privadas les dan directamente las ayudas. Al llegar a la ciudad, se cobijan en los arrabales y en zonas determinadas con alquileres de bajo precio, pero que las mafias están convirtiendo en un negocio lucrativo.

Los vicentinos tenemos que hacer de la caridad una acción social. Este aspecto puede traer vocaciones a las distintas ramas de la Familia, porque la juventud está enamorada de la acción social.

P. Benito Martínez, CM