Hambre de pan material y de Dios

por | Jul 11, 2020 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Estamos viviendo la tragedia del coronavirus, pero un día llegaremos a la normalidad y entonces nos preguntaremos: ¿y ahora qué? Y la respuesta acaso sea quitar el hambre que ha ocasionado la pandemia. Según el evangelista san Lucas, Jesús, después de curar a un leproso y a un enfermo mental, las dos epidemias de entonces, se dirige a la muchedumbre y le anuncia las bienaventuranzas. Las dos primeras son para los pobres que tienen hambre. Para san Lucas los hambrientos son los que no tienen qué comer, por eso añade: «¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre!» (Lc 6, 25). Seguía a la Virgen María que contrapone en el Magnificat los hambrientos a los ricos; a aquéllos Dios los colma de bienes, a éstos los despide vacíos.

Dios siempre ha querido encontrar solución al hambre. Jacob y sus hijos pasaban hambre y fueron a Egipto a comprar grano; el pueblo de Israel pasaba hambre en el desierto y Dios le envió maná y codornices; los apóstoles, un sábado, sintieron hambre, desgranaron unas espigas y las comieron; los primeros cristianos pasaban hambre, y el apóstol Santiago cuenta que Dios envió a otros cristianos que los ayudaran: «¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe» (St 2,14-18). También hoy sigue habiendo hambre en el mundo y Dios encarga a los vicentinos que lo quiten, como lo hicieron las primeras Hijas de la Caridad que todos los días daban de comer a 14.000 ó 15.000 personas, que morirían de hambre sin esta ayuda, decía san Vicente de Paúl (IV, 378).

Los Obispos de Navarra y del País Vasco en la Carta Pastoral «Bienaventuranzas en tiempo de pandemia» dicen que «muchas familias se asoman a la pobreza, necesitan acudir a las ayudas sociales para llegar a fin de mes, ven con angustia la falta de trabajo y vislumbran el futuro con temor. Por eso necesitamos impulsar las medidas necesarias para sostener a las familias, evitando que caigan en la exclusión o que sufran penosas dificultades económicas o de otra índole que les generan sufrimiento y angustia» (n. 26). Las instituciones civiles y eclesiásticas se vuelcan en quitar el hambre material, porque es lo más urgente y necesario, y también la Familia Vicenciana, pero esta sabe que debe hacerlo sin olvidar el hambre de lo sobrenatural del que sació Yahvé a su pueblo: «Te hizo pasar hambre, pero te dio a comer el maná, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que vive de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8, 3). Aviso que no suelen tener en cuenta los organismos estatales.

San Mateo señala esta dimensión espiritual en su «bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia». Conforme al ideal del judaísmo, identifica justicia divina con santidad. Dios es el único santo y quien se une a Dios queda santificado, divinizado. Y si la justicia de Dios, cuya hambre bendice Mateo, es la santidad, somos santos cuando nos unimos a Dios por el amor. El hombre ha sido creado para ser feliz uniéndose a Dios. Que no existiera Dios y él volviera a la nada le atormentaba tanto a Miguel de Unamuno que prefería el infierno a dejar de existir: «Digo que tengo sed de eternidad, y que sin ella me es todo igual. Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin ello ni hay alegría de vivir ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómodo esto de decir: ¡Hay que vivir, hay que contentarse con la vida! ¿Y los que no nos contentamos con ella?»[1]. Y san Agustín confesaba: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en ti». «Tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo de mí»[2]. San Vicente, a su vez, decía a los misioneros: «Buscad, buscad, esto dice preocupación, esto dice acción. Buscad a Dios en vosotros, ya que san Agustín confiesa que, mientras lo andaba buscando fuera de él, no pudo encontrarlo; buscadlo en vuestra alma… Se necesita la vida interior, hay que procurarla; si falta, falta todo» (XI, 429).

El hombre descubre que es pecador, débil y necesita apoyarse en Dios encarnado. Santa Luisa de Marillac lo dice de una manera gráfica: tenemos que incorporarnos a la humanidad de Jesucristo. Y san Vicente explica que para unirse a la Humanidad de Jesucristo hay que vaciarse de uno mismo y revestirse del Espíritu de Jesús. En el bautismo Jesús nos da el Espíritu Santo que nos incorpora a la Humanidad de Cristo. Por el sacramento de la confirmación el Espíritu Santo se afianza en el alma para que responda a sus inspiraciones. La respuesta afirmativa que da el hombre a las inspiraciones del Espíritu Santo constituye su vida espiritual. Y tanto más profunda es la vida espiritual de un vicentino cuanto más experimenta la presencia del Espíritu Santo. Santa Luisa meditaba: «Las almas pobres y deseosas de servir a Dios deben tener gran confianza en que al venir a ellas el Espíritu Santo y no encontrar resistencia, las dispondrá para cumplir la voluntad de Dios, que debe ser su único deseo… Y al bajar el Espíritu Santo a las almas así dispuestas les dará fuerza para obrar por encima del poder humano» (E 87).

Un vicenciano incorporado a la Humanidad de Jesucristo queda en disposición de cumplir con todas las fuerzas la voluntad de Dios. Los miembros de la AIC, de la SSVP, de la CM, de las HHC y de tantas otras ramas, se sienten amados de Dios y están dispuestos a hacer lo que les indique el Espíritu divino. Santa Luisa de Marillac meditaba: «¡Cuántas maravillas ven en el cielo las almas que han dado a Dios ese ‘ellas mismas’, que no puede ser otra cosa que la voluntad libre y que, al usarla, no quieren servirse de ella más que como perteneciente a Dios!… ¡Qué amor, qué inventiva, ha tenido la Divinidad para dar a conocer su omnipotencia en este hecho único y sin par de que la criatura le esté tan unida que en lo que la concierne, vaya de igual a igual con su Creador!» (E 98). Pero, si Dios es Señor de toda la creación y puede someter enfermedades, abusos, guerras, ¿por qué no nos libra de la epidemia del coronavirus? Santa Luisa da una respuesta sencilla: porque quiere respetar la libertad de los hombres (E 22). El Reinado de Dios y su justicia son un don y un ofrecimiento que hace Dios al hombre y a este, al Vicentino, le toca implantarlo en la tierra.

A Jesús le seguían pobres y hambrientos de pan material y espiritual, a los que les promete que serían saciados, y ahora y aquí Cristo satisface todas las aspiraciones de los que tienen hambre de pan y de Dios. Santa Luisa lo dejó por escrito: «Bienaventurados los que… El hambre y la sed son dos necesidades que la naturaleza reclama con avidez; si nuestras almas están preparadas, deben tenerlas, no como pasiones sino como deseos de justicia… Yo, como práctica de renuncia, aceptaré por entero todo lo que el buen Dios permita me suceda, sea directamente de él o de las criaturas» (E 35).

P. Benito Martínez, C.M.

Notas:

[1] Miguel de UNAMUNO, Epistolario Americano (1890-1936), Ed. de la Uni. de Salamanca, 1996, p.141

[2] Confesiones L 1, cap. 1, n. 1; L 3, cap. 6, n 11).

Etiquetas: coronavirus

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