“Tu recuerdo, Señor, es mi alegría …”
2 Re 25, 1-12; Sal 136; Mt 8, 1-4.
Mariano iba a toda velocidad en su carro, la policía estadounidense lo detuvo por exceso de velocidad y, sin más, lo deportó. Dentro del coche iban su esposa y su hijo con una crisis epiléptica, era urgente atenderlo, pero no llegó al hospital. Mariano perdió todo en un instante y con ese dolor me contaba su historia.
Hoy el evangelio nos presenta a un hombre enfermo de lepra. Recordemos que en tiempos de Jesús la lepra era sinónimo de pecado y en este contexto era incurable, lo que la hacia más vistosa y repugnante; quien la tenía, perdía todo y era condenado a vivir lejos de la comunidad.
Algo parecido pasa con los migrantes cuando son deportados, pierden todo en un instante: familia, casa, trabajo, dinero… ¡Todo!
Por eso, la expresión de este hombre del evangelio se vuelve tan atractiva y real para Jesús: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. ¿Y qué hizo Jesús? Le tocó. Aquel toque de Jesús fue lo mejor que podía sucederle. No solo lo curó de su lepra, sino que también lo reintegró a su familia humana y a la familia de Dios.
¿Cómo me gustaría ser tratado si yo fuera el leproso, o un migrante que acaba de perder todo?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Yolanda Elvira Guzmán Yeh, H.C.
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